Fiuggi 25-28 Abril 2013

XXVI Congreso Internacional 

LA MATERNIDAD ESPIRITUAL. EL VIENTRE DE MARÍA, VIRGEN Y MADRE.

¿Por qué el tema de este Congreso es “Bendito el Vientre que te ha engendrado”?  Deseo empezar por este seno de María donde ha tomado cuerpo Jesús el Hijo de Dios.

Con la “irrupción” del ángel Gabriel  en la casita de Nazaret, es Dios mismo quien “irrumpe” en la vida de María con un anuncio que es una explosión, de gozo: “Alégrate, regocíjate, Tú que eres Llena de Gracia!” Y esto desde ya significa que el Dios nuestro es el Dios de la alegría, que es la alegría la primera señal de su presencia en nosotros y por esto mismo, debemos preguntarnos si somos personas llenas de alegría. De todas formas leí que siempre debemos ser mesurados en la “temperatura” de nuestra alegría!

Después del saludo del ángel, no sigue con el nombre de la destinataria (como si debiera esperar), no dice: “Regocíjate María…”, pero, si dice: “Llena de Gracia!”.  Usa un verbo participativo en tiempo pasado; el sujeto verdadero es Dios, y María es aquella que se ha llenado de la “gracia”, del “amor gratuito”.

“Llena de Gracia” quiere decir que la gracia estaba ya dentro de Ella y obraba en Ella, que María estaba ya “purificada”. O sea preservada del pecado original  y de sus consecuencias, desde su concepción ella ya estaba preparada, por Dios para la misión única que debía jugar en la Encarnación.

Así que ahí está el anuncio del “evento” que está por venir: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti;  el poder del Altísimo extenderá su sombra sobre ti”  E aquí el “llamado” de la historia de la salvación, que María sabe bien es hermoso, lleno de significado profundo, como un recordatorio del Génesis, cuando “El Espíritu “latente” sobre las aguas”; ahora el mismo Espíritu envuelve a María para ser una nueva Creación… de hecho, “el Génesis de la Redención”! (porque es aquí donde se inicia concretamente nuestra redención).

Como haciendo una referencia a la “nube” que cubrió el Tabernáculo de la Asamblea, (cuando el pueblo Judío era peregrino en el desierto). Al decir que es cubierta por la misma nube (que es el Espíritu Santo) es Ella ahora el lugar de reunión con Dios!.  Es Ella la nueva “Arca de la Alianza”, que a diferencia de la otra, no lleva dentro de ella las Tablas de la Ley, sino al propio hijo de Dios que se hace carne!.

Y cuál es la respuesta de María? La sabemos: “No conozco varón… qué sucederá”! “No conozco varón”, no sólo expresa su condición actual (su virginidad actual), sino también su deseo de mantenerla para siempre. No protege sólo su cuerpo, sino también su alma (orientada completa y exclusivamente a Dios). Sobre todo es parte del Plan de Dios, quien la quiere para Sí mismo y sólo para Sí mismo. Por eso ha querido que fuese concebida “Inmaculada”. Y la “condición indispensable” para la acción creativa de Dios, acción que es libre y soberana, que supera la necesidad de una “contribución natural” sólo para que sea inmediatamente reconocido un  Nuevo Inicio (la Nueva Creación).

Por esto María permanece “siempre Virgen”: “antes”, “durante y “después” del parto. Quienes han estudiado a profundidad sobre las palabras usadas por Juan, en el prólogo de su Evangelio, demuestran cómo también su alumbramiento ha sido “virginal”.

María es como el suelo no contaminado de la Tierra, que se convirtió en Adán (suelo no labrado, no sembrado…) Los místicos agregan que florece prístina e inmaculada, “madura” como Esposa del Altísimo y “dadora de frutos” como Madre de la Nueva Creación.

También Elizabeth, cuando las dos primas se encuentran, la bendice diciendo: “Bendita tu entre las mujeres y bendito el Fruto de tu Vientre”.  Sin darse cuenta Elizabeth, ha declarado la verdad de una antigua Profecía (Génesis 3,6) por la cual todos de ahora en adelante podamos recoger de Ella (de María) el Fruto “bueno para comer, agradable a los ojos y deseable para adquirir sabiduría” que es Jesús, nuestro Salvador.

Verdaderamente el vientre de María “es santo”…como exclamará aquella pueblerina que, escuchando las enseñanzas de Jesús siendo adulto y viendo la obra que Él hace, irrumpe en esta afirmación entusiasta: “Bendito el seno que te ha portado y los pechos que te han amamantado!”.

Pero la respuesta que Jesús da a esta mujer es desconcertante. “Benditos más bien aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica”. (Lc. 11,27).

De primera  impresión, a todos  nos parece un poco desconcertante ¿no?… parece una respuesta “igualada” que deja por “debajo” a María. Parece una falta de respeto de un hijo a su madre.

¿Por qué Jesús responde así?,  ¿Por qué no “agradece” por este vientre que lo ha portado y por esta Madre excepcional que lo ha criado?

El Misterio de María, Madre de Jesús.

Entre otras cosas, Jesús no sería “verdadero hombre” si no pudiese decir “gracias” a nadie. Jesús, “nacido de una mujer”, debe decir gracias por Si mismo (por aquello que Él es) a su Madre. Porque sólo a través de tal acto, de agradecimiento, que cada uno de nosotros puede hacer, es verdadero hombre o verdadera mujer! Y en su caso (único) este “gracias”, no puede mucho menos limitarse sólo al elemento biológico  (no es sólo un gracias por la vida física recibida), porque es su Madre quien asume la responsabilidad personal  (única en la historia de la humanidad) ¡de hacer crecer al Hijo de Dios, físicamente y espiritualmente!.

Es cierto, el hecho que María ha sido la “primera discípula” de Jesús y de su Evangelio. Es verdad que ella no veía al Hijo de manera humana (como hacen todas las mamás) pero le servía con respeto, por ser Dios, y acogía su palabra como Palabra de Dios.

Pero no es menos cierto que este “discipulado” fue recíproco! Porque también Jesús creciendo, ha recibido de María (ha aprendido de ella), por la acción sobrenatural del Espíritu Santo, que ya había obrado en ella al hacerla concebir y alumbrar a Jesús, y siguió obrando mientras ella criaba a Jesús y lo ayudaba a formarse como un hombre!.

El amor y la gratitud, la “sumisión” también del uno al otro, son una cosa maravillosa.

Y estas son las “herramientas” que María usa para crecer en la comprensión de su singular maternidad. Como cuando Jesús a los doce años, fue encontrado en el Templo y Él de alguna manera alude ya a su futura pasión y glorificación, que en aquel momento María y José no podían comprender; por eso Ella “conserva todas estas cosas en su corazón”, esperando con fe poder comprender mejor todo esto que el Hijo progresivamente le iba revelando y así poder participar. Y como en la Boda de Caná (que Juan llama “el inicio de los milagros”) cuando Jesús le dice: “Mujer” (no la llama mamá, pero si mujer) para indicar que han superado el tiempo de su relación puramente familiar y que también ella debe colaborar plenamente en la misión mesiánica de su hijo y que incluso (algo inaudito) María bajo la acción del Espíritu, en aquel momento representa a toda la humanidad que Cristo ha venido a tomar como su Esposa!.

Ella es un anticipo de toda la Iglesia, que es Esposa y Jesús que es el Esposo!. Y aquel simple banquete nupcial, que se está festejando en Caná, es en realidad un anticipo del Banquete Nupcial que se festejará eternamente en el cielo.

El Misterio de María,  Madre de la Iglesia.

En aquel momento María representa la imagen de toda la humanidad que está por ser redimida, el primer paso de la Iglesia naciente. En ella vienen por así decirlo “resumidos” todos aquellos que viven para escuchar la Palabra de Dios (¡la Palabra de Dios es Jesús mismo!) y para ponerla en práctica.

Esta respuesta de Jesús (que como habíamos dicho, parece disminuir a la Madre) en realidad, en lugar de eso, la coloca en una posición ejemplar! Porque de hecho nadie ha escuchado nunca, ni ha puesto en práctica la Palabra de Dios como lo ha hecho Ella.

Pensemos en alguna pintura antigua, María viene  representada (en el anuncio del Ángel Gabriel) con un rayo de luz,68543_361541567285965_1892460162_n que viene del Padre, le entra por una oreja, para significar la acogida del Verbo que entra en Ella, lo lleva puesto y lo hace crecer como un Cuerpo.

Y ahora sabiendo todo esto, es fácil para nosotros comprender, y amar,  la conclusión lógica que se deriva de la respuesta de Jesús: “Todos aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” se parecen tanto a su Madre.

¡Somos su Madre! Ella y aquellos (incluidos nosotros), somos la misma cosa! (cuando dejamos encarnar en nosotros la Palabra – que es Jesús).

Con esta respuesta Jesús, hace comprender a la mujer que lo está escuchando (y a nosotros hoy) cuál es su verdadera familia, cuál es la acogida que debemos hacer al Reino de Dios que viene y lo que es muy importante ¡“aquello que nace del Espíritu”, respecto a “aquello que nace de la carne”!

De hecho es sólo el Espíritu lo que pudo hacer nacer a Jesús, místicamente, también a cada uno de nosotros!.

Es sólo el Espíritu Santo quien nos permite acogerlo en nosotros, reconocerlo y profesarlo como Hijo de Dios y Señor nuestro.

Como aconteció con Simón Pedro cuando hace su profesión de fe, delante de la cual Jesús exclamará: “Bendito tú Simón, porque ni la carne ni al sangre te han revelado esto, sino que te lo ha revelado el Espíritu de Dios!”.

Simón Pedro ha sido beneficiado con la “iluminación particular” del Espíritu Santo, pero Jesús quiere que el Espíritu Santo esté presente y operante en todos  “sus hermanos”. Entonces hace algo extraordinario:¡nos dona a María como Madre y, con María (con su intercesión), nos dona al Espíritu Santo!.

Lo hace empezando por Juan, el discípulo predilecto, que se mantuvo al pié de la Cruz. Dirigiéndose a María, Jesús le dice: “Ahí tienes a tu hijo” y dirigiéndose a Juan le dice “ahí tienes a tu madre”, afirmando así, sin lugar a dudas, que el Discípulo verdadero, previamente para ser tal, debió  acoger a Jesús y ahora debe acoger a la Madre de Jesús; debe “tomarla consigo” (como dice el Evangelio), así podrá recibir el Espíritu Santo.

Que, de hecho poco después de haber sido traspasado su costado, ocurre “la primera Efusión en el Espíritu”, sobre esta pequeña Iglesia.

A partir de este momento, la maternidad de María se encuentra toda a nivel Espiritual: es Ella el medio entre el Hijo Jesús, que está donando su vida, y los otros hijos, que reciben el Espíritu! ¡(que reciben el Espíritu de Jesús)! y Ella es el trámite entre su “Primogénito” (como dice el Evangelio de Lucas) y sus otros hijos, todos los redimidos.

Lo veremos de modo pleno en Pentecostés,  y después en la vida de la Iglesia  apenas salida del Cenáculo, donde María, ya plena del Espíritu Santo, hace de esta pequeña Iglesia naciente (y cuántos siglos se añadirán) capaz de acoger a su vez al Espíritu Santo y de convertirse  a su vez en “madre en el Espíritu”!

¿Qué cosa es entonces “la maternidad espiritual”? ¿qué cosa quiere decir para nosotros? Cómo podemos imitar a María y tener presente su maternidad en nuestro tiempo (qué es el tiempo que nos ha tocado) Veamos.

El misterio de la “Santa Madre Iglesia”.

Aunque La Iglesia es ya el espejo de la prolongación  de la maternidad de María, aún debe profundizar en su rostro Mariano. Esto porque “en primera instancia” y de modo permanente, la Iglesia es femenina. Su elemento “primordial” es la receptividad y la acogida. Es la que recibe todo de Dios, sin pensar en sí misma.  Después la Iglesia recibe su lado masculino, o sea el del oficio eclesiástico, con sus funciones salvíficas. El “Misterio de María”  y el “Misterio de la Iglesia” se compenetran y se iluminan recíprocamente.

Bajo el modelo de María, también la Iglesia es Virgen y Madre. “Virgen” porque debe ser capaz de dar lugar continuamente al Espíritu Santo, superando “la carne”, es decir superando los cálculos sólo humanos: prestigio, poder, dinero, diversas filosofías… “Madre” porque es llamada a generar a “Cristo en los Cristianos” y a generar “Cristianos como miembros de Cristo” aun cuando, como la Mujer del Apocalipsis, debe generar a estos hijos con “dolores de parto” Recordándonos que enseguida hablaremos más directamente de nosotros.

“Santa Madre Iglesia” se decía alguna vez y debemos siempre llamarla así aún en el lenguaje cotidiano; también para re-orientar a todos nosotros, que formamos la Iglesia, a la necesidad y el compromiso  por la santidad.

La “maternidad espiritual” en nosotros.

Ahora, también, cada uno de nosotros, por ser parte viva de la Iglesia, puede y debe expresar su propia “maternidad espiritual”.

Hemos escuchado que, “si escuchamos la Palabra de Dios y la ponemos en práctica”, todos somos “madres de Cristo” junto con María!

San Pablo  agrega que podemos llegar también nosotros a probar “los dolores de parto” a

El hecho es que nosotros no estamos muy dispuestos a pasar por estos dolores de parto! No por los demás…! Me explico: no estamos dispuestos a ser “madres” de Jesús (qué bello!), al tener una relación con Jesús-Eucaristía que a veces llegamos a idealizar (me refiero a la relación, no a la Eucaristía); pero es la relación con el Misterio de la Iglesia que nos lleva realmente a “encarnar el amor” , es decir a hacer “la voluntad de Dios”. Que nos lleva  a tener una relación buena (de amor) con los hermanos, sino también a “reconocer en ellos al Señor”!. Una relación concreta es, sobretodo, libre de ilusiones! Porque la relación entre nosotros, si es verdadera, nos libera de ilusiones que pueden alimentarnos a nosotros mismos.

Ahora, son el Espíritu Santo y María quienes nos ayudan a vivir juntos estos dos encuentros: con Jesús-Eucaristía y con Jesús-Cuerpo Místico de la Iglesia; y que nos ayudan a “encarnar” este amor, para sufrir y dar la vida… sin romper la comunión!.

¡Si llegamos a dar la vida (¡la nuestra!), podemos realmente saber que se nos ha dado un “maternidad espiritual” y que la hemos recibido!.

Maternidad, lo repito, es primero que todo por aquellos que tenemos “cerca” y que,  por esta razón son los más difíciles de amar; y después naturalmente puede extenderse a todas las criaturas de la Tierra.

Entonces seremos capaces de: comprometernos desinteresadamente con la obra de Cristo en el mundo, teniendo como importante sólo la causa de Cristo, la salvación de todos y no únicamente la nuestra; de devolver a Dios oraciones que abracen de manera universal a toda la humanidad; de abrir todo nuestro corazón de frente a la miseria de los demás, dejando que Dios, la Iglesia, el prójimo, puedan disponer de nosotros; de llegar a meterse en nuestra propia vida (y si es necesario la muerte) a disposición de la voluntad salvífica de Dios. Porque para algunos, la santidad puede coincidir también con el martirio…recordémoslo!.

Es verdad que debemos tener en cuenta también una natural “gradualidad” en nuestra respuesta y que no todos enfrentan el mismo tipo de llamado y consecuente misión; pero también es verdad que más que la grandeza de la misión recibida (grandeza que depende de Dios), cuenta la calidad de la aceptación (que en este caso, depende de nosotros). Cuenta nuestro “si” y el compromiso que va con él: humilde, apasionado, fiel… sobretodo fiel. Porque no se es “madre” un día sí… y mañana no… quien ha engendrado, en el espíritu como en la carne, es “madre” para siempre!.

Es bueno saber que cada misión es “grande” no sólo cuando es llamativa, vistosa, conocida por las multitudes, sino cuando es anónima y oculta,  produce “grandes efectos” en la Iglesia.

La verdadera “maternidad espiritual” por lo tanto es humilde, obra en la simplicidad y a escondidas, no tiene necesidad de  “hacerse valer” por encima de los hijos que ha engendrado…! ¿Qué madre humana tiene la necesidad de mostrarse mejor que sus hijos y no se complace de su progreso y de sus éxitos?

Estas palabras son un recuerdo para todos, en modo particular para aquellos que en la Comunidad ejercen una responsabilidad… o quienes la tienen en el trabajo, etc.

Una maternidad que viene del Espíritu, sabe valorar cada hijo en particular, sabe hacerlo protagonista de su propio crecimiento, sabe ayudarlo a expresar su potencialidad, sabe guiarlo para aprovechar el fruto de sus carismas.

Y mientras ayuda a cada uno a comportarse como un miembro consciente y activo de la Comunidad, sabe garantizar922813_361542783952510_1058343824_n por sí misma la unidad de esta Comunidad, de la Iglesia, no reduciendo a todos a “fotocopias”, pero sí favoreciendo en su lugar, la verdadera comunión (que es armonía de la diversidad). Al igual que María, sabe cómo atraer el Espíritu de Dios a la Iglesia, a la Comunidad!.

La verdadera “maternidad espiritual” es paciente, es capaz de “esperar”, una espera rica en esperanza, la única que permite “crear aquellos espacios” en los que cada uno puede crecer y fortalecerse, justo lo contrario de aquello que  sucede con nuestras prisas humanas.

La “maternidad espiritual” es más verdadera cuando parte de la constatación que todos nosotros “somos estériles, incapaces, imposibilitados de generar nueva vida”. Sabiendo también que debemos soportar los dolores.

También María sabía que “una espada traspasaría su alma”, pero no por esto evade su deber de madre y el dolor que le espera.

Dolores que no son sólo aquellos grandes, de la Pasión y Muerte del Hijo, sino también la aflicción que debe haber sentido viendo a los pocos que se quedaron alrededor de su Hijo después del fracaso del Viernes Santo. (Así también nosotros, muchas veces: tenemos quizás la maternidad, pero, ¿cómo nos comportamos ante los momentos de fracaso comunitario?).

Maternidad espiritual es suave, porque María era “la mansa Ovejita” (que ha engendrado el Cordero de Dios, venido para quitar el pecado del mundo).

Maternidad que (así como la Caridad, de la cual es hija) es paciente, buena, no es envidiosa, no es jactancioso, ni falto de respeto, no busca su propio interés, no se enoja ni toma en cuenta el mal sufrido, no goza de la injusticia, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Todo esto como bien comprendemos, son todas actitudes propias de quien tiene un corazón materno.

Maternidad que es misericordiosa, que se preocupa por los pobres, incluso como ya lo hemos dicho, es propio de una madre amar más a los hijos enfermos. También cuando ellos no reconocen ser débiles e impotentes, incluso cuando se comportan prepotentes.

Misericordia que se expresa también a través del gesto de la imposición de las manos. Quizás no lo habíamos considerado así, pero este es el gesto por excelencia de la “maternidad espiritual” de una Comunidad (o de una persona). Gesto de intercesión compasión, mediación y auxilio, sanación completa hecha del involucramiento personal sobre las heridas y enfermedades (físicas y espirituales) de cada hijo.  Al igual como lo recibimos de la maternidad de María, por eso la llamamos con seguridad: Abogada nuestra, Auxiliadora, Consoladora, Mediadora.

En fin, quien tiene el don de la maternidad espiritual, sabe decir a los hijos de Dios “amados” y a las hijas de Dios “amadas”. Es “tocar”, aunque sea sólo con la voz…saber “tocar con amor” de la manera más visceral y profunda en el corazón de cada uno de nosotros, es decir en la necesidad que tenemos de descubrir personalmente el amor incondicional de Dios padre, de experimentarlo con fuerza, de regocijarse hasta la sanación.

La maternidad misma de María, no es más que la encarnación plena de la Paternidad de Dios, de la cual nos ha mostrado en concreto los aspectos de acogida y ternura “viscerales”, de perdón incondicional, de predilección sobre los hijos más pobres y enfermos. Así también nosotros, con su ejemplo y su ayuda, deseamos repetir a cada hermano que encontramos en nuestro camino, que Dios Padre lo ama… a cada hermana que Dios padre la ama…Así, ustedes que eran “no amados” ahora se descubren hijos. Tú que eras “no amada”, te descubres hija. Aprendamos a decirlo, los unos a los otros, con fe, con seguridad, con amor. Y así entrar juntos en el abrazo del Padre.

Amén.

“Bendito el vientre que te ha engendrado” (Carmen Serafini)

María Arca de la Alianza

El tema de nuestra enseñanza está dividido en dos partes: “Bendito el vientre que te ha engendrado” es el grito pleno de admiración del pueblo que sigue a Jesús, haciendo referencia a su madre.

Este vientre bendito y lleno de gracia, es el vientre de María; arca de la nueva alianza, tabernáculo de la eterna gloria, como se canta en las letanías luteranas.

Para comprender el misterio de María, arca de la nueva alianza, hace falta  hacer referencia a las tradiciones del Antiguo Testamento.  Esta asociación, está estrechamente ligada al concepto de alianza del arca. De hecho, apenas  se dio la alianza entre Dios y el pueblo de Israel en el monte Sinaí, el Señor da esta orden: “Ellos me harán un 923048_361864400587015_1842837440_nsantuario, y yo habitaré en medio de ellos”(Es 25,8).

Los israelitas, erigirán ahora la tienda de la Asamblea y en su interior, por orden del Señor, colocarán el Arca de la Alianza, esta tenía la forma de un cofre rectangular, hecho de madera de Acacia, revestido de oro puro, mide aproximadamente 112 cm. De longitud y 66 cm. De ancho y alto (Es. 25,10).

Dentro de esta Arca eran custodiadas las dos Tablas de los mandamientos que Dios había dado a Moisés, sobre el monte Sinaí. Estos servían como documento base que regulaba la alianza. (Es 25,26,31,18; Dt. 10,15). El Arca contenía también un vaso llenó de maná y el bastón de Arón.

De este modo el Arca se convierte en  el signo perceptible de la presencia de Dios en medio de su pueblo, garantía de su promesa y bendición: “estableceré mi casa con ustedes, Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo” (Lv. 26,11).

Para representar esta presencia de Dios en medio de su pueblo, el libro del Antiguo Testamento,  a menudo usa la imagen  de la nube radiante (la shekináh – del verbo shekan – habitar. Con el uso de este elemento figurativo – simbólico, ellos hablan de Dios que desciende a habitar sobre el monte Sinaí (Es 24,16) en la Tienda de la Asamblea. (Es. 40, 34-35) y  finalmente en el lugar santísimo del Templo de Jerusalén (1Re 8, 10-12; Cor. 5,13).  Aquí el Arca tiene una estancia definitiva, después del establecimiento de Israel en Palestina.

Esta tradición sobre el Arca de la Alianza, encuentra una singular convergencia en María. Tomamos ahora la Escritura del Nuevo Testamento en Apocalipsis 11,19 donde se muestran dos figuras simbólicas en primer plano: El Arca y la mujer. “Se abre el Templo de Dios que está en los cielos y aparece el Arca de su Alianza…”

Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; (Ap. 12,1-2)

Si para el antiguo pueblo el Arca de la  Alianza, significaba el lugar  de la presencia de Dios, así el Nuevo Testamento nos revela que la verdadera Arca de la Alianza es una persona viva, real: la Virgen María. María se convierte en el lugar de la presencia de la Palabra hecha Carne.

Ella es santa porque ha escuchado la Palabra de un modo tal,  que la escucha de esta palabra, se convierte en presencia de Dios en el mundo. En su seno, sombreado por el Espíritu Santo como la antigua carpa (tienda) estaba cubierta por la nube de Dios, la Shekinah, Dios hizo un pacto definitivo de amor con el hombre en el Hijo Jesús.

María acoge en sí misma a Aquel que es la  nueva y eterna alianza, que culmina con el ofrecimiento de su cuerpo y de su sangre: cuerpo y sangre recibidos de María.

En el Evangelio de Lucas 1, 39-56, en el episodio de la Visitación, describe esta arca viviente que es María, la que dejando su casa de Nazareth, se pone en viaje a través  de la montaña para llegar a una ciudad de Judea y quedarse en la casa de Zacarías y de su prima Elizabeth que está embarazada de seis meses.

María, entonces se pone en camino, más la traducción del griego dice: se levantó para partir; el término griego “anastasa” es el más común para indicar la resurrección.  Es un levantarse hacia lo alto, para andar a la montaña, a Jerusalén.

Ella no duda, no se detiene, va decidida a visitar a su prima, para darle ayuda, pero por sobre todo para verificar, para ver con sus propios ojos, aquello que le había dicho el Señor a través del ángel.

Según la tradición la localidad a la cual se dirige María es Ain Karem, una ciudadela montañosa a 6 Km.  De Jerusalén y lejos de Nazareth en unos 150 Km… ¡un viaje fatigoso, incómodo y peligroso en aquellos tiempos y en aquel estado!

Los exégetas han notado que Lucas al narrar el episodio de la visitación de María a su prima Elizabeth,  se ha inspirado en el texto del Antiguo Testamento que nos describe el camino del Arca de la Alianza hacia el Templo de Jerusalén (cf2. Sam 6, 1-13)

El arca en la cual habita Jahvé, es transportada a  Jerusalén.  Ella acompañó al pueblo de Israel en el desierto y sucesivamente hasta custodiarse en los santuarios de Galgala, Sichen y Silo.

Llevada sobre un frente de guerra, fue capturada por los filisteos, hasta que el Rey David la recuperó y después de la conquista de Jerusalén se levantó una tienda – santuario para acoger el Arca del Señor.

El Arca, continuaba por su camino, a su paso, David lleno del Espíritu Santo, danza y salta de alegría. Antes que el Arca llegue a Obed – Edom, en las montañas de Palestina, David, maravillado y temeroso, exclama. “¿Cómo es posible que el Arca del Señor venga a mí?”

La comparación con la escena de la Visitación, es sorprendente. Las palabras son casi las mismas. Aquí como allá se habla de las montañas de Palestina, ambos eventos se caracterizan por la exultación, la intensa alegría y bendiciones.

Como David salta delante del Arca, Juan salta en el vientre de Elizabeth, delante de María; y la palabra de saludo con las que Elizabeth acoge a María, son de cualquier modo las mismas con las  cuales David saluda el Arca: “¿Cómo es posible que la madre de Mi Señor, venga a mí?”

María es el lugar privilegiado de la Epifanía de Dios, en ella nos viene mostrado y ofrecido el Salvador del mundo. Es aquella que ha recibido en su vientre virginal y santo a aquel que es incontenible. (Cirilo de Alejandría), es el Arca de la Alianza, que en sí lleva al mismo Dios (Romano il Melode).

Ella es aquella Arca viviente que en el día de la Asunción, es introducida cerca a Dios Padre y a Jesús en la gloria del cielo. El Papa Benedicto XVI,  así habla de María el día de la Asunción, en un pasaje de la Homilía del 15-08-2011: “Hoy la Iglesia canta el amor inmenso de Dios, por esta su criatura: la escogida como verdadera “Arca de la Alianza, como Aquella que en el cielo comparte la plenitud  de la gloria y goza de la felicidad misma de Dios, al mismo tiempo nos invita también a nosotros a convertirnos de manera modesta en  “arca”, en la cual esté presente la  Palabra de Dios, que es transformada y vivificada por su presencia, lugar de la presencia de Dios, de manera que los hombres, puedan encontrar en otro hombre, la cercanía de Dios y así vivir en comunión con Dios y conocer la realidad del Cielo…”

Cómo nos es reconfortante, cómo nos da alegría saber que en el cielo, María nuestra Madre y Señora, es la omnipotente por gracia, la que intercede por nosotros.  María está en el cielo para acoger nuestras peticiones humildes y confiadas, y así lograr que se cumplan.

Al mismo tiempo, María no es lejana ni inalcanzable para nosotros, continúa visitando la Tierra, continúa visitándonos, llevándonos a Jesús y con Él el anuncio de paz, de felicidad y de salvación.

Sabemos que ella se ha presentado en muchas ocasiones en diversas partes del mundo, para dar a los cristianos la confianza de ser guiados a Dios de un modo muy seguro.

Ella viene para socorrer en las debilidades, para sanar a los enfermos, para invitar a todos a la conversión y a la oración incesante, así al final podremos alcanzarla en el cielo. Esta es nuestra esperanza.

Ella viene en la humildad a escondidas. Viene por mí y por ti, hoy y ahora. Como madre tierna y providente, cuida de
cada uno de nosotros y ora para que ninguno se pierda, para que ninguno se aleje de la gracia de Dios.

Ella viene a nosotros trayéndonos al Hijo. Es el Arca, el tabernáculo viviente y santo que lleva en sí al Santísimo. Yo misma puedo testimoniar como el Señor, a través de su Madre ha venido en mi auxilio muchas veces, dándome signos. A propósito de esto, quiero contarles un sueño profético que ocurrió hace cerca de 28 años atrás.

Estaba pasando un periodo de fuerte preocupación por mi hermana, en cinta de su primer hijo. Ella estaba  internada en el hospital en el octavo mes de embarazo,  por una “diabetes gestacional”. Puse toda la fe porque este niño naciese sano y  me entregué a la Virgen María, pero estaba muy agitada, porque el cuadro médico no prometía nada bueno.

Una noche tuve un sueño que me dejó una gran paz y una alegría interior, que me acompañó por mucho tiempo y la certeza que el Señor había intervenido en  esta situación difícil.

Soñé con una bellísima mujer que vino a mi casa, sabía en el Espíritu que esta mujer era la Virgen María,  no era como se la ve usualmente en imágenes sacras o en las reproducciones en general,  era como una criatura viva, real, muy cercana a nosotros, al mismo tiempo tenía en sí algo de divino, sobrenatural que no puedo describir con palabras.

Su aspecto era de jovencita, de piel ámbar (15 a 16 años), bellísima, de una belleza humana transfigurada; el rostro  plasmado con una sonrisa amable, amorosa, fuertemente materna, llena de dignidad y de gloria. Sus vestidos eran como aquellos que llevan las mujeres de hoy, pero modesta, no estropeados.

Sobre la cabeza tenía un pañuelo claro, anudado como usan algunas mujeres de pueblo, en el pasado. El cabello que sobresalía un poco fuera del pañuelo, era oscuro, igual que sus ojos.

Pero aquello que más me asombra era la expresión de su rostro fuertemente maternal y real, era el aspecto físico de una mujer jovencísima  y en avanzado estado de gestación.

En el sueño, yo estaba frente a ella que me sonreía amorosamente y con la mirada me invitaba a acercarme más hasta tocarla.  En el  sueño en ese momento, inclinada, me abrazo a sus piernas. Al mismo tiempo yo he apoyado mi rostro en su vientre y he adorado al Señor Jesús, presente en ella y amándola como Madre de Dios.

Sentí que de aquel tabernáculo viviente fluía la potencia de una vida infinita,  que colmaba todo mi ser; espíritu, alma, cuerpo, llenándolo de paz.

Me desperté con una gran alegría en el corazón,  y sabiendo que había recibido una gracia  inmensa. Estaba maravillada y recuerdo haber pronunciado las mismas palabras que Elizabeth:

“¡Cómo es posible la Virgen ha venido a mí!” ¡Era ella misma! Si la madre del Señor había venido a mí, me había visitado junto con el Príncipe de la paz. Respecto a mi hermana, todo marchó bien durante todo el embarazo y el parto, mi sobrino un joven de 26 años, nacido sano, a término, un  26 de agosto de 1984, por la intervención poderosa de la Madre de Dios.

Este sueño me ha hecho acercarme más al misterio de la Encarnación y a conocer y amar más la persona de María encinta, María Arca de la Alianza. Si María es el Arca, yo debo de meterme en ella para entrar en relación con Dios, para tener una relación personal, porque María es persona, en ella está presente y viviente Jesús el Redentor, el Hombre-Dios.

Ella es el Templo de este Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, Tabernáculo del Santísimo Espíritu. (Letanías).

No un Templo inanimado como aquellos de piedra, un templo vivo, santo, inmaculado, lleno de gracia, sabemos según el anuncio del Ángel a Quien hospeda, a Quien vivifica en un nivel físico,  y Quien la vivifica a ella a nivel sobrenatural.

La maternidad de María no es sólo una tarea  fisiológica; dar la carne al Verbo de Dios; es antes que todo maternidad consciente, libre, meritoria, salvífica, este es el aspecto imitable de la maternidad divina, según el deseo de Jesús.

Cuando ellos le anunciaron que la Madre y los hermanos estaban preguntando por Él, este les responde: “Quienes hacen la voluntad de Dios, este es mi hermano, mi hermana, mi madre” (Mc. 3,35) y María es la primera que ha escuchado la Palabra y la voluntad de Dios con su Fiat. (cf. Lc. 1,38).

Esta es el feliz designio de cada creyente, cada uno puede acoger y poner en práctica la Palabra de Dios, que viene proclamada en la Misa, la podemos tomar de la Biblia, en la oración de la Iglesia, en la profecía durante la oración comunitaria o través de la inspiración interior del Espíritu Santo.

De tal modo que si cada día vivimos la maternidad espiritual de María, merecemos que Jesús nos considere hermano, hermana y madre. Y mucho más.

Después de recibir la Palabra de Dios en su mente y en su corazón, por medio de la fe, María lo acoge encarnado en su seno virginal y conviven en dulce intimidad con Él, en su gestación maternal del Hijo, en una simbiosis inefable de sangre y amor.

También nosotros después de escuchar la Palabra de Dios en nuestra mente y en nuestro corazón por medio de la fe,  lo podemos recibir encarnado en la Eucaristía, comunicando su vida, su santidad, su gozo. “Quien come de mi carne y bebe de mi sangre, permanece en mí y yo en él” (Jn.6,56).

¡Pero aún hay más, María nos dio a Jesús en Belén, luego se lo entrega a los pastores, luego a los magos, en representación de toda la humanidad, judíos y gentiles!

Nosotros a través de nuestro anuncio, de nuestro apostolado, nuestra oración, podemos hacer nacer a Jesús espiritualmente en los hermanos y en las hermanas. Pensemos en los hermanos y hermanas que nos han engendrado y en aquellos que hemos engendrado nosotros a la fe en el Hijo de Dios, ¡nosotros y ellos somos también todos santos, felices, bendecidos!. ¡Bendito el vientre que te ha engendrado!

Cada forma de apostolado es también una imitación y una prolongación de la maternidad divina  de María, como el mismo Vaticano lo afirma: “Con el fin de su labor apostólica, la Iglesia mira con toda razón a Aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para nacer y crecer también en el corazón de todos los fieles por medio de la Iglesia “(LG. 65)

En este nuestro tiempo de tanta crisis; de la familia, de la sociedad, de la economía y especialmente de valores y de fe, la Iglesia mirando a María, tiene necesidad de manifestar con renovada  fuerza su maternidad para transmitir la fe en el Señor, no dándola como un capital consolidado, como una tradición que respetar, sino generándola con amor en el corazón de la gente, para que ellos la guarden, la cuiden, la hagan crecer así como ellos son.

Así también la Comunidad Jesús Resucitado  como célula de la Iglesia, participa de esta su vocación materna. En su seno venimos acogiendo y regenerando, contando con la experiencia de la Paternidad de Dios y  la Vida nueva en el Espíritu (Efusión).

La Comunidad Jesús Resucitado, es para mí el útero materno, el seno que me nutre, me cuida y me hace crecer para ser después espiritualmente madre, “arca”, que lleva a Jesús a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo hoy desorientados, afligidos, desesperados, enfermos en el cuerpo y en el espíritu, que esperan un signo de salvación, un mensaje de esperanza, una noticia que los llene de gozo y les dé un sentido a sus vidas.

El Señor nos llama a testimoniar y a movernos rápidamente como María.

No podemos perder tiempo, porque hoy más que nunca hay una necesidad urgente de andar a evangelizar, a encontrarnos con las criaturas para proclamarles que el Reino de Dios está cerca, está  aquí y que el Salvador es uno solo: Jesucristo.

Y nosotros lo deseamos hacer según nuestra vocación y carisma. Él confirmará nuestras palabras con signos y prodigios como nos lo ha prometido.

En este nuestro andar, nos ayuda la Virgen María, la primera mensajera del Evangelio, nos obtenga del Señor por su intercesión, una nueva y potente unción de Su Espíritu y la alegría al alabarlo y agradecerle por todas las maravillas que ha hecho y hará en nosotros y a través de nosotros en la Comunidad, en la Iglesia, en el mundo. Y ahora junto a Ella, recitamos el Magníficat.

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos.

Auxilia a Israel su siervo, acordándose de su santa alianza según lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.

Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan” (Paolo Serafini)

Carmen ha resaltado la palabra que es también tema de este Congreso: “Bendito el vientre que te ha engendrado” yo les hablaré de la segunda parte del paso de Lucas, que es la respuesta aparentemente dura de Jesús que dice: “Benditos más bien aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la guardan”.

Sabemos por episodios del Evangelio que nos hacen ver y cómo lo hacía ver a los discípulos, que cuando se trataba de su madre, Jesús guarda una aparente distancia. Jesús debe hacer su camino en primer lugar, no por el vínculo de sangre, sino por el vínculo de la fe.

Y María acepta esto. Entra en una vida de fe dolorosa.  Entra en un camino  oscuro, donde muchos son los sufrimientos y muchas son las cosas que no comprende.485398_361864540587001_2015051509_n

Desearía sufrir cien veces más, para estar siempre al lado, como la madre que lo comparte todo. Incluso cuando se enfrenta a su vida pública, ya que Jesús atiende más a los que le escuchan, que a su propia madre.

En el Evangelio, sabemos de episodios que nos lo demuestran. El primero es aquel de la pérdida de Jesús en el templo. Por tres días María y José, angustiadísimos buscan a Jesús, para encontrarlo después de tres días, en alusión quizás a su misterio pascual de muerte y resurrección.

María y José por tres días son llenos de angustia y miedo de perderlo para siempre, tenía miedo de que le haya sucedido cualquier cosa y se sienten también un poco responsables y culpables.

Lo habían perdido de vista y cuando finalmente lo encuentran, lo encuentran para descubrir haberlo perdido, el delante del padre y la madre que angustiadamente lo buscaban,  y le dicen: te hemos buscado angustiadamente, ¿qué cosa haces?

Y Jesús a su vez les responde algo así: ¿pero qué cosa hacen ustedes? “no saben que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre”, y así José queda excluido, también María queda excluida, a la que Jesús le dice: “¿por qué me buscan?”.

Es como decir: ¡No me busquen más!, ¡Déjenme ir!,  María entonces comprende que este hijo va a perderse,  en el sentido que dejarlo ir, es el único modo de encontrarlo de verdad y que dejarlo ir es al mismo tiempo seguirlo en su misterio de abandono, en el misterio mismo de obediencia, en el misterio mismo de pérdida de sí, y reencontrarlo después al pié de la cruz, en ese momento cuando María acepta nuevamente perderlo. Pero no sólo acepta que muera, sino también acepta el mandato en alusión a Juan que estaba a su lado: “¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!”.

Otro episodio es en Caná de Galilea, donde Jesús inicia su ministerio público. Sabemos todos los hechos. ¿Qué escuchó María de Jesús ante su discreto pedido de intervención? ¿Qué quieres de mi, mujer? Probablemente si quisiéramos explicar estas palabras, que suenan un poco duras, mortificantes, hacen parecer que aquellas palabras ponen nuevamente distancia entre Jesús y su Madre.

En otro pasaje, Jesús un día mientras predicaba se acercaron su madre y algunos parientes para hablarle. Quizás maría estaba preocupada por su salud, porque justo antes estaba escrito que Jesús no podía ni comer a causa de la multitud.

María, la Madre, debe mendigar el derecho de ver al Hijo y hablarle, no hace cola entre la gente, haciendo valer el hecho de ser la madre.

Esperó afuera, mientras otros fueron donde Jesús a contarle: “Afuera está tu madre, quien quiere hablarte” La respuesta de Jesús es también en la misma línea que en los otros episodios. “¿Quién es mi madre y quiénes mis hermanos?” conocemos lo que sigue de la respuesta (Mc. 3, 33).

Luego está el episodio que más nos interesa por ser más cercano al tema de este Congreso y de esta enseñanza. Cuenta el evangelista Lucas que una mujer entre la multitud, hace una exclamación entusiasta a Jesús: “¡Bendito el vientre que te ha engendrado y el seno que te amamantó!”

Era uno de esos cumplidos que haría feliz a una mamá; pero María, si estaba presente o si llegó a saberlo, no pudo estar mucho tiempo alegre con estas palabras, porque Jesús de inmediato corrige: “Benditos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc. 11,27-28).

En este pasaje,  hay una serie de hechos y palabras que no pueden ser una casualidad, María ha debido pasar también a través de su propio despojamiento, su propia Kenosis. La Kenosis de Jesús consiste en el hecho que, en lugar de hacer valer sus derechos y sus prerrogativas divinas, se despojó, asumiendo el estado de siervo, pareciendo como un hombre como cualquiera. La Kenosis de María, consiste en el hecho de que en  lugar de hacer valer su derecho de  madre del Mesías, se deja despojar, pareciendo  una mujer como las demás.

La  actitud de Jesús con su madre, no es de repudio ni de renegar de su madre, porque ella es su primera discípula: María ha escuchado la Palabra de Dios,  con tanta plenitud, que en ella esta Palabra se hizo carne. Lo que estuvo diciendo es: “Fíjate que mi madre es grande, no tanto porque me engendró, sino más bien porque es mi discípula; porque escucha mi palabra”. Escúchenla como la escucha ella.

La palabra que ella ha escuchado, es la voluntad de Dios que la quiere poner en un lugar al lado del Hijo, no obstante que no siempre comprenda todo lo que conlleva y las consecuencias. Pero este lugar al lado de Jesús, está disponible a todos: depende solamente de la capacidad de escucha y de la acogida de la Palabra de Dios.

María es santa y verdaderamente madre, porque no solo ha escuchado la Palabra, sino porque la conserva en su corazón y la pone en práctica y esta es la misión de cada creyente y de cada uno de nosotros este es el camino de obediencia que se aplica a toda la Iglesia.

Llevar la Palabra en el corazón, este peso ligero, es una escucha dócil, sin reservas, en cada instante de nuestra vida, sentados en casa o caminando por la calle, cuando nos acostamos y cuando nos levantamos, amando al Señor con todo el corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra fuerza, dejando que Su palabra se convierta en carne también en nosotros y se haga vida, vida para nosotros y para aquellos que se confíen a Dios.  Es muy importante escuchar la Palabra de Dios, sea por nuestra vida o por la vida carismática, de la cual es fundamento.

Tengamos presente que hemos nacido para esta escucha, para acoger al Señor como Señor de nuestra vida. Y cuando Jesús con tanta solemnidad, pone como fundamento de la ley su señorío, no lo hace solamente porque escuchemos una afirmación, sino porque de este anuncio, sacamos las consecuencias.

Y las consecuencias son que cuanto el Señor es y cuánto el Señor hace, debe encontrar en nosotros el reconocimiento, la sumisión y el consentimiento.

Este Señor omnipotente y misericordioso es el Señor de todas las cosas.

¿Y cómo crea las cosas? Las crea con la fuerza de su palabra. Dios habla. Dice el Señor: “Sea hecha la luz” y se hizo la luz.  Sean hechas las aguas” y se hicieron las aguas. Y así sucesivamente en todo aquello que ha creado. Es el Señor el que habla. Sin escuchar nada.

Sus primeras palabras, las dirige a la nada; de la nada él  dibuja  las cosas, y no escucha a Dios, aunque no haya florecido nada, él lo hace realidad, crea vida. Esto es el Señor.

Cuando el Señor dice “Yo soy el Señor”, lo es de verdad, y lo es con tal omnipotencia que todas las cosas le obedecen, incluso antes de ser;  están a su entera disposición y armonizan la belleza del Universo, escuchándolo sólo a él. No tienen otra guía, otra voz, otra ley: solo la voz de Dios.

El Señor observa la obra de su voz creadora, la encuentra tan hermosa y tan buena. Pero esta creación es muda. Por eso el Señor dice: “Haré al Hombre a mi imagen y semejanza”.

E aquí la voz omnipotente del Señor que llama de la nada al hombre, que es hecho a imagen y semejanza Suya porque también Él habla, también Él sabe y conoce y también Él ama.

El hombre es la corona de la creación, Dios lo pone en medio de las cosas como imagen de su señorío y de su soberanía. El hombre mira a su alrededor y movido  interiormente de una sabiduría que no es la suya, sino del Creador, llama a las cosas por su nombre, las saca del anonimato mudo de la creación.

Por la voz, la inteligencia y el corazón del hombre y  toda la creación, finalmente responderá a Dios.

No es sólo Dios el que habla, Dios habla con el hombre que tiene voz, que tiene capacidad de responder, de comprender, de aceptar. Nosotros estamos llamados  por la Palabra de Dios, y nos diferenciamos de otras criaturas por el hecho que estas no la conocen, y el hombre si la conoce.

Dios quiere ser escuchado, por esto el Señor  se hace Señor.  Y esto no para tiranizar nuestra vida, para explotarnos o quitarnos algo. Esto sólo lo hacen los señores terrenales.

Dios no es Señor para quitar, sino para dar. No es Señor para empobrecer, sino para enriquecer; no para oprimir, sino para liberar,  no para acosar a alguien, sino para extender su infinita alegría en la vida de todos. Por eso grita: “Escúchenme”

La historia de la voz de Dios  es gloriosa. El rechazo del primer hombre al primer diálogo con Dios no lo ha silenciado: con la fidelidad de su voz llena de verdad, Dios ha perseguido al hombre. Sabemos bien que el hombre está siempre metido en dificultades, dentro del laberinto de sus resistencias y rechazos, es Dios quien siempre lo sigue con su voz que ilumina y salva.

Cuántas veces ha Hablado Dios! Ha hablado desde tiempos pasados muchas veces y de diversas formas a los padres, por medio de los profetas (Cf. Eb 1,1). Nuestro Dios siempre tiene algo que decir y no se cansa: habla en la nube del monte santo, a través de visiones o la iluminación de los patriarcas, a través de los profetas, nos guía, nos conduce.

Y en estos tiempos, nos habla a través de Jesús – su Palabra hecha carne. Palabra que recoge todo, lo sabe todo, que lo hace todo. El Padre lo manda y Él escucha y viene: obedece, y viene a cumplir todo lo que Dios tiene por decir y todo lo que el hombre tiene por hacer. Así  Dios finalmente descansa; finalmente ha sido escuchado hasta el final.

Estamos llamados a escuchar a Dios: esta escucha no es un peso que Él nos impone, es más bien una vocación que nos regala. La vocación de convertirnos en la voz del Universo para glorificarlo, para ser criaturas conscientes que Dios es Dios y que Él es glorioso por la grandeza de sus obras y por la misericordia de sus dones.

¡Señor, haz que nosotros te escuchemos! A primera vista parece fácil, pero no lo es. Porque este es el primer pecado del hombre y será el último del último de los hombres: resistirse a su ley. Pero sabemos que tu Palabra es omnipotente e inagotable, no se detiene delante de nuestra infidelidad ni la sordera de ninguno. Por eso Señor, haz que nos convirtamos en capaces de escucharte.

¿Por qué es tan difícil escuchar a Dios hasta el fin? Es una pregunta que debe interpelarnos y llevarnos a un examen de conciencia: ¿Cual es este misterio que vuelve al hombre sordo delante del Señor?

¿Acaso su Palabra es oscura? ¡No, es la propia luz; no es error, es verdad; no es opresión, es libertad; no es venganza, es amor! ¿Por qué el hombre escucha tan  poco y mal?,  ¿por qué tiene tanta fatiga de escuchar? Una 24637_362380080535447_1659020079_nparte de este misterio es porque también el hombre puede hablar. Hecho a imagen y semejanza de Dios,  tiene voz, habla y se hace escuchar, sabe expresarse y sabe ofrecer; pero también sabe sustituir al Señor.

San Juan identifica esta voz del hombre con la soberbia de la vida, con la concupiscencia de los ojos y de la carne. El hombre así se convierte en orgulloso, se siente suficiente, tiene esta necesidad de absoluta autonomía, de súper vanidad, de dominio, de independencia que lo cierra a otras voces que no sean la suya: de aquí su sordera interior, su resistencia.

El hombre se escucha a sí mismo,  escucha a las criaturas que él ha elegido, más este silencio es reemplazado por el orgullo.

Atrapados en esa maraña de relaciones con todas las cosas, nos volvemos distraídos, sumergidos por el ruido de las cosas mismas, mientras la voz de Dios, desaparece, nuestra sordera empieza justamente aquí.

Es la voz del mundo la que se opone a la de Dios. El mundo como expresión de la rebelión del pecado del hombre contra Dios.  Hay otra voz que contradice ala de Dios más que el pecado del hombre, más que la maldad del mundo, hay alguien más y es el diablo.

Hoy está pasado de moda hablar del diablo, sin embargo actúa sin alterarse. La historia del hombre que se rebela a Dios, está estrechamente ligada a la historia ay a la voz del maligno, enemigo de Dios y del hombre. Él es el más grande enemigo de Dios y el más grande aliado del pecado y el mundo.

Con María debemos aprender a estar en escucha de la Palabra de Dios. La actitud de María fue la de escucha y obediencia.

La escucha de María  tiene también las características de adoración. La Madre, no comprendía ni lo sabía todo, pero creía y adoraba. El creer la llevaba a adorar. Hoy nos hemos convertido en devotos de una fe racionalizada, por lo que si no comprendemos, tampoco creemos.

Nuestra Madre, se ha nombrado sierva en el creer y en el obedecer: “He aquí la esclava del Señor”

Pero, además de escuchar, de adorar, la actitud de María es obedecer: “Que se haga en mi según tu voluntad” (Lc. 1,38). La Madre no se siente dueña de su propia vida,  de su futuro, de sus elecciones: reconoce en el Señor un señorío incondicional. María es “sierva en el creer” pero también su fe ha conocido el momento de la oscuridad,  ha conocido la noche de la fe. María nos acompaña en este viaje de la vida y si ella ha conocido las noches de la fe, no podemos dejar de pensar en nuestras propias crisis de fe.

Debemos saber que no es una desgracia que la Fe conozca la noche; es la experiencia de las noches oscuras la que hace a una fe más iluminada. Y por otra parte, cómo podremos ayudar a nuestros hermanos a creer y esperar si primero nosotros no nos hemos acercado a estos momentos de  oscuridad.

María es también el modelo de nuestra esperanza.  Se trata de un momento en la vida en el que nos nace una fe y una esperanza como la de María.  Y esto pasa cuando Dios parece no escuchar más nuestras oraciones, cuando parece que se niega a sí mismo y a sus promesas, cuando nos hace pasar prueba tras prueba y las fuerzas  de la oscuridad  parecen triunfar sobre todo y todo lo que nos rodea se hace oscuro dentro de nosotros, como se hace oscuro el día “sobre toda la tierra”. Cuando llega esta hora, recuerden la fe de María,  y grita también tú: “Padre mío, no te comprendo, pero me confío a ti”.

Quizás el Señor nos está pidiendo precisamente el tiempo de sacrificarnos, como Abrahán a nuestro “Issac” que es la persona, la cosa, el proyecto o la responsabilidad en la Comunidad, aquel servicio en la Iglesia que nos es muy preciado, que Dios mismo un día nos ha confiado, y por el cual hemos trabajado toda la vida. Si pudiésemos  comprender esto, sabríamos que esta es la ocasión que Dios nos ofrece para demostrarnos que Él es más preciado que todo, más que sus dones, incluso más que el trabajo que hacemos para Él.

Dios probó a María en el Calvario, así como probó a su pueblo en el desierto para ver lo que había en su corazón y en el corazón de María, encontró intacto y quizás más fuerte el “Si” y el “Amén” del día de la Anunciación. Puede el Señor encontrar hoy también en nuestros corazones presurosos a decirle “Si” y “Amén”.

María al pié de la cruz de Jesús, es como si continuase repitiendo: “heme aquí Señor, estoy aquí, mi Dios; yo estoy siempre para ti!, humanamente habrían motivos para que María le gritara al Señor “ Me has engañado”!, y salir huyendo del Calvario.

En cambio, no huye, más bien permanece “en pié”, en silencio, haciéndose y convirtiéndose de modo especial en  mártir de la fe, testimonio supremo de la confianza en Dios. Ella siempre está cerca de nosotros, mientras nosotros nos alejamos de ella.

María es nuestra compañera de viaje. Está presente en la vida de cada uno de nosotros, Par esto la ha mandado el Señor. Es peregrina,  comparte nuestro andar,  nuestro cansancio de vivir, pero tan pronto nuestros pensamientos, nuestros corazones, nuestras oraciones, nuestros deseos, nuestras tristezas, las abrimos a ella,  todo cambia, entonces podemos verla, pensarla, amarla, entonces nuestra vida se ilumina. Nuestro caminar con ella, ya no es más un vagabundear,  sino un camino de santidad.

También por este camino  llevaremos el peso de nuestros pecados,  llevaremos la tristeza de nuestros miedos y de nuestras angustias, llevaremos también la mentalidad crónica de la duda, de la incredulidad, de la desconfianza que socaba constantemente nuestros días.

Todo esto es una lucha de vivir y de superar, pero seguramente tendremos también momentos en los cuales la presencia de María nos consolará, fortalecerá, renovará nuestra vida y nuestra esperanza.

Un día Dios dijo a Abrahán: “Por cuanto has hecho, no me has negado a tu hijo, tu único hijo, yo te bendeciré y multiplicaré tu descendencia… te haré padre de una multitud de naciones”.

Lo mismo, y mucho más le dice ahora a María: ¡Te haré Madre de muchos pueblos, Madre de mi Iglesia! En tu nombre serán bendecidas todas las estirpes de la Tierra. Todas las generaciones te llamarán santa.

Los Israelitas en los momentos de gran prueba, se recogían a Dios diciendo:” Acuérdate de Abrahán nuestro padre”. Y otras veces decían: “No retires de nosotros tu misericordia, por amor de Abrahán tu amigo”, nosotros ahora podemos decir: No retires de nosotros tu misericordia, por amor a María, tú amiga.

María nos conduce en nuestro camino a la plena transformación en Jesús y hacia la santidad.

Deseamos contemplarla en su asunción al cielo “en cuerpo y alma”, esto nos hace recordar otra asunción al cielo, aunque ciertamente diferente a la suya: la de Elías.

Antes de ver a su maestro y padre desaparecer en un carro de fuego,  el joven discípulo Eliseo, le pide: “Dos tercios de tu Espíritu, vengan sobre mí”. (2Re.  2,9).

Nosotros osamos obtener mucho más de María, nuestra madre y maestra: que todo tu espíritu, Oh Madre, venga a nosotros! Que tu fe, tu esperanza y tu caridad vengan a nosotros; que tu humildad y simplicidad, vengan a nosotros.  ¡Qué tu amor por el Señor, venga a nosotros!.

Abramos nuestro corazón a María, y ofrezcámosle lo que llevamos dentro; oremos porque ella nos abra el alma, que expanda su luz, su verdad, su humildad, nos ayude a confesar la necesidad de misericordia y de perdón de Dios , que377105_362348823871906_1996301879_n puede llegar a ser consuelo de vida.

A esta Consoladora, María,  que ha sido ella misma consolada por Dios, deseamos confiarnos, con toda la realidad  en la cual estamos envueltos: nuestras familias, nuestra Comunidad, la sociedad, el mundo del trabajo, de la escuela, de la enfermedad, de la pobreza, de la marginación.

Incluso el mundo de la violencia y de los hechos más amargos y ásperos, todo lo queremos encomendar a la maternidad de María, para que ella ponga en medio un poco de luz.

Nos abandonamos al consuelo de esta Madre que nos conoce, que conoce nuestros corazones, que lo escruta y lo conforta con la intercesión incesante de María potente junto a Dios y lo hace cercano a nosotros como sólo una madre puede hacerlo.

Tú Madre Santa, bendice nuestra oración, bendice nuestras penurias y también  la alegría de este momento.

Bendice todo y a todos. Madre bendita, ¡ayúdanos a escuchar a Jesús y a escucharte a Ti! Ayúdanos a creer que la fe crece más con el silencio pleno de adoración  y de obediencia.

Ayúdanos María a saber actuar como Tú; a escuchar y acoger en nuestro corazón las palabras de vida eterna, los misterios que salvan.

Ayúdanos, Madre nuestra, a imitarte,  porque nos resistimos a comprender mejor a Jesús y el testimonio de su Evangelio.

Madre nuestra, hoy queremos decirte, ¿por qué siendo tú tan grande, hablabas tan poco y nosotros siendo tan pequeños no terminamos nunca de hablar? Haznos comprender, Madre, que se crece como cristiano mucho más escuchando que hablando, mucho más adorando que explicando, mucho más creyendo que viendo.

Estos son nuestros deseos que te presentamos oh Madre del Señor, Madre de la escucha, Madre de la fe, haznos similares a Ti porque nos resistimos a ser la presencia de consolación y de esperanza en el mundo.

Madre Santa, mira a nuestras familias: tienen necesidad de Ti para recuperar la serenidad, para creer en el amor eterno. Mira a nuestros jóvenes, a nuestros niños, a nuestros adolescentes: tienen necesidad de ti.

Tantas veces miran a todas partes y no pueden encontrar ojos que les digan algo que los convenza y los fascine.  A veces parecen distraídos y en vez de eso son solamente hijos desesperadamente necesitados de amor y de esperanza.

Tú madre nuestra que has criado al pequeño Jesús,  que por Él te has estremecido, has vivido y consumado tu vida, mira a nuestros  jóvenes que son nuestro futuro y nuestra alegría. Hoy, bendícelos, apaciéntalos, hazlos fuertes, consérvalos puros, transfigúralos con los grandes ideales de la vida, con los grandes ideales de la fe.

Madre nuestra, haz que nuestra Comunidad y en el mundo entero no hayan más jóvenes perdidos, extraviados, que no hayan más jóvenes que conozcan la tragedia y el drama de la soledad. Se tú su madre, la que los consuele.

Madre nuestra, mira a nuestros enfermos: son tantos, te los confiamos,  te pedimos intercedas por ellos para obtener la sanación de Jesús, así como estuviste presurosa en Caná de Galilea, haz que Jesús cambie una vez más el agua en vino, que cambie el destino de nuestros hermanos y hermanas que son probados en la enfermedad.

Madre Santa, te confiamos a nuestros ancianos: tienen necesidad de ser consolados, tienen necesidad de encontrar hermanos y hermanas más jóvenes que vean en ellos  recursos de sabiduría que no pueden ser despreciados.

Que vean en ellos potenciales  patriarcas de un mundo nuevo, donde el amor, la justicia, la paz, encuentren su patria y su gloria.

Consuélanos también a nosotros, Madre bendita, ponnos dentro del corazón el deseo de Ti, de que nos acompañes en nuestro camino.  Te vemos allá arriba y mirándote arriba, sentimos que estas con nosotros, peregrina en un camino que terminará en el cielo. Esta es nuestra alegría y nuestra vida. AMÉN.

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