Fiuggi Terme, 5 – 8 diciembre 2015

Curso de formación para animadores Y responsables

Creados para amar

Creándonos, Dios ha puesto dentro de nosotros una necesidad infinita, aquella de amar y de ser amados.

Una de las grandes verdades de nuestra fe es que Dios es Trinidad, por lo tanto “comunión”: tres Personas, pero unidas en un sólo Dios. Y es en esta comunión, en este misterio de amor, que también nosotros somos llamados a entrar.

Cierto que nosotros por si solos no seremos capaces y hé aquí que interviene Dios, con su iniciativa. Escribe S. Pablo: “y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”(Rom. 5,5). El amor de Dios no quiere decir por lo tanto aquello con lo cual nosotros amamos a Dios, sino aquello con lo cual Dios nos ama a nosotros. Es el amor divino mismo, “revertido en nuestro corazón”: del cual entonces podemos tener la experiencia, en el órgao que representa el centro de nuestra libertad, afectividad, inteligencia. Justamente aquello que hemos experimentado en la Efusión, cuando hemos sentido en modo extraordinario de ser amados y amar de nuevo a Dios y, en Dios a todos y todo.

Es el Espíritu Santo “revertido en nuestro corazón” que puede hacer de nosotros un solo Cuerpo, la Iglesia, de la cual12238355_743087482464703_7400039783765267200_o Jesús es el Jefe; un Cuerpo que en sus miembros el Espíritu se mueve y agita con potencia. Los Padres de la Iglesia decían que Él es el alma, el motor de la Iglesia; sin Él nosotros, con toda nuestra maldad, la habríamos ya destruído en el tiempo.

En lugar de ello, El Espíritu Santo la guía y renueva continuamente; la hace crecer en la fe, en la esperanza y en la caridad.

Es el Espíritu Santo que suscita y justifica plenamente la vida fraterna; sin Él nosotros no podríamos ser Comunidad. También nosotros, si después de casi 30 años estamos ahora juntos, para compartir esta experiencia maravillosa, es porque hemos hecho una fuerte experiencia del amor de Dios y hemos respondido a este amor, que nos ha hecho don el uno al otro.

Es este amor que nos impulsa a caminar juntos, cada día, dándonos una mirada limpia sobre los hermanos y hermanas, que debemos amar con un amor sincero, sin fingimientos, sin hipocresías, sin injusticia. Aquello descrito en el bellísimo “Himno a la Caridad” (1 Cor 13), con el cual debemos confrontarnos cada día.

En este texto San Pablo se refiere a la disposición interior de la “Caridad”, que es paciente, benigna, no es envidiosa, no se jacta, no es orgullosa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. No habla de “hacer el bien”, pero nos reconduce en todo a la raíz de “querer bien”; porche la “benevolencia” viene antes que la “beneficencia”. De hecho, sin la manifestación interior, también el distribuír las cosas materiales entre los pobres no sirve de nada. Sería lo opuesto de una caridad “sincera”, porque mostraría al exterior cualquier cosa que no correponde al interior del corazón.

En suma, podemos hacer tantas cosas buenas pero, sin amor sincero, corremos el riesgo de vanificar todo, de perder credibilidad, también como Comunidad, y de no tocar con nuestro testimonio el corazón de ninguno. Si queremos ser verdaderos hermanos, debmos en lugar de eso, amar sin medida, sin cansarnosm hasta morir por amor, así como lo ha hecho Jesús.

Jacqueline Dupuy, una de las Fundadoras de nuestra Comunidad, decía que “hasta que no se muere por amor, no se puede decir de haber amado lo suficiente”.

Esta “muerte” es a nosotros mismos, a nuestras preferencias, a nuestros proyectos personales…para cumplir a quello que sabemos favorable para los otros, aquello que mira el bien común y construye la fraternidad.

La “antifraternidad” es expresada, como sabemos, de la respuesta de Caín, que no quiere ser “custodio” de su hermano. “Ser custodio” del otro significa, en la práctica, hacerse cargo de su humanidad herida y de su debilidad, poniendo en segundo orden nuestras cosas. Significa ejercitar una justicia “superior a aquella de los escribas y los fariseos”, ser misericordiosos, perdonar; no estar buscando la pajita en el ojo del otro, cuando en el nuestro existe una viga.

De hecho, sólo Dios puede juzgar, Él que conoce lo secreto del corazón. Mientras nosotros qué sabemos de aquelloq ue pasa en el corazón del hermano, víctima de sus condicionamientos, de las implicancias de sus restricciones?

Es verdad que no podemos vivir sin dar nuestras valoraciones. Aquello que debemos hacer es quitar de ello el veneno! Eso es el rencor y la condena del pecador.

La vida fraterna no ocurre entre Santos, más bien entre pecadores reconciliados. La ofensa, sea voluntaria o involuntaria, es una constante en cualquier convivencia; y el remedio es uno solo, si no queremos que la situación, llegue a la putrefacción y a crear aversiones difíciles de erradicar: es la reconciliación.

Por esto es bueno seguir al pié de la letra el mandato del Señor de reconciliarse pronto, “antes que el sol, se oculte sobre nuestra ira”; de otro modo caeremos en la trampa del demonio que, de una ofensa hace una avalancha imparable y destructiva.

La reconciliación se hace más fácil si tenemos bien clara la conciencia de nuestra propia pobreza y límites, de nuestra necesidad de ser compadecidos y perdonados. Si sabemos ver en la “diversidad” una ocasión privilegiada para descubrirnos complementarios y enriquecernos reciprocamente. Si eramos ya entrenados en la carrera de “mostar respeto por los demás”; es decir, sin tener una opinión demasiado alta de nosotros mismos, que impida reconocer la luz de los hermanos que tenemos al lado.

Nosotros estamos creados para amar. Esto es también la “deuda” que tenemos con los demás; una deuda que no cancelaremos nunca, porque nunca conseguiremos a igualar la medida del amor con la cual Jesús nos ha amado.

Noi vogliamo essere questo segno, nella Comunità, nella Chiesa e nel mondo, e attrarre in questa comunione coloro che ne sono ancora lontani.

Cierto que todo esto requiere una conversión y un empeño constante, a veces también sufrido; pagado con renuncias y sacrificios. Pero ahora podremos “resplandecer como astros del cielo” y ser un signo creíble de una comunión que es “sobrenatural”, porque es así que Jesús lo ha querido para nosotros: “ Haz que seamos una sola cosa: como tú, Padre, estás en mi y yo en ti, también ellos estén en nosotros, así el mundo creerá que tú me has mandado” (Juan 17, 21)

por Carmen Leonardi Serafini

Nuestra vida es un proyecto de Dios

Nuestra vida es un propósito. No somos como un astro, que pasa velozmente sin dejar rastro.

Dios nos ha creado para un proyecto de amor, que estaba en su pensamiento desde la eternidad, aquel de poder complacerce de nosotros, de encontrar en nosotros su alegría! Como hace cada padre, aunque Él se complace en ver a cada uno de nosotros y exclama: “Éste es mi hijo, ésta es mi hija!”.

La expresión que mejor puede descrbir nuestra existencia es “historia de amor”. Dios nos ha creado para que pudiésemos conocerlo y amarlo; cualquier otra cosa es secundaria. Y che aprendiésemos a hacer las cosas que le demuestren amor, viviendo una vida de alabanza y adoración.

Dios nos ha creado para que pertenezcamos a su familia! Nosotros los cristianos, no seamos sólo “creyentes”, sino más bien “pertenecientes”: tú perteneces a la famiia de Dios! Por eso somos llamados necesariamente a amarnos u nos a otros, a cuidar unos de otros, a orar el uno por el otro, a exhortarnos, a saludarnos…los unos a los otros. Esta expresión “el uno por el otro” es usada 58 veces en el Nuevo Testamento, como invitación a vivir una verdadera comunión fraterna.

12309898_743080449132073_5525343015200005455_oAl Señor le interesa más cuánto hemos amado que los programas, le interesa más nuestra conversión que otras cosas aunque buenas que hayamos hecho por la Comunidad. Porque nosotros no nos llevaremos estas cosas a la Eternidad, sólo aquello que es espiritual. Seremos juzgados de hecho sobre el amor: si hemos sido personas pacíficas, misericordiosas, pacientes, humildes, etc.

Dios nos ha creado para volvernos similares a Jesús. Pero esto quiere decir que, en parte, debemos probar también nosotros aquello que Jesús ha probado. Si nos preguntamos por qué estamos viviendo un problema, o una enfermedad, o una situación angustiante, llegado incluso a juzgar a obra divina y casi a buscar ponernos en su lugar, diciéndole qué cosa sería mejor que hiciera. Pero Jesús, como leemos en la Carta a los Hebreos, “aprendió la obediencia de aquello que padeció y alcanzó la perfección por medio del sufrimiento”; por eso también nosotros seremos conducidos a través de la prueba, a través de situaciones que nos harán crecer y, como verdaderos responsables, nos harán poner en práctica las virtudes cristianas.

Dios nos ha creado para cumplir las obras buenas que Él ha preparado para nosotros, porque no odemos ser semejantes a Dios sin meternos al servicio de los demás. Cada bautizado es llamado al Ministerio y equipado para eso: el ministerio es cada vez que tu usas la capacidad natural y tus carismas para ayudar a algún otro en el Nombre de Jesús y edificar así la Iglesia.

Hemos sido puestos en esta tierra para ser misioneros: enviados a testimoniar al Resucitado. Si quieres que Diso bendiga tu vida, debes tener en el corazón las cosas que Dios tiene más en el corazón, aquello de tarer hacia Él a los hijos perdidos. Y también al término de nuestra vida debemos tener presente esta solicitud, de “ retornar al Señor siendo uno”

Gracias, Padre, por el privilegio de ser parte de tu familia. Ayúdanos a descubrir los dones que Tú nos has dado y usarlos por el bien de la Comunidad, para la mayor expresión de la Iglesia y para tu gloria.

Nosotros y nuestra familia queremos servir a tu proyecto de ser parte de aquello que estás haciendo en el mundo.

por Paolo Serafini

Llamados a una vocacion santa

De sabernos amados a la necesidad de ser purificados, para tener una profunda unión con Jesús.

La llamada que hemos recibido es a la santidad, porque en el Bautismo hemos recibido al mismo Espíritu Santo! Por esto podemos cultivar la esperanza que un día veremos a Dios y seremos similares a Él. Papa Francisco nos ha recordado que los primeros cristianos representaban la esperanza como un ancla, firmemente anclada a la orilla del cielo, mientras que todos nos sujetamos de su cadena y nos encaminamos para lelgar a la meta.

Sí, nuestro corazón es ahora anclado al Paraíso, donde nos espera Jesús, sentado a la derecha del Padre, donde hay legiones de ángeles, donde encontraremos a nuestros seres queridos que nos han precedido en la vida eterna. Nuestro mismo nombre “Comunidad Jesús Resucitado”, nos dice nuestro llamado a “resucitar con Cristo”; el nombre mismo que nos ha sido dado debe hacer resonar, con fuerza e inmediatez, nuestra pertenencia a Jesús y a la Resurrección. Es a él a quien debemos seguir e indicar al mundo, Él es nuestra identidad y nuestra esperanza.

También nuestro Estatuto, en el Art. 3, nos recuerda que la finalidad última de la Comunidad Jesús Resucitado es de ser un medio eficaz para ayudar a sus miembros a vivir la santidad. No se identifica con el poseer infinidad de carismas o  cumplir tantos milagros, pero si con el estar locamente enamorados de Jesús.

Una vocación que es para todos; que empuja a los jóvenes a proyectar el propio futuro con Jesús y a los adultos a reorganizar su propia vida sobre la base de la exigencia nueva que el camino de fe exige; que nos impulsa a identificarnos siempre más con “el hombre perfecto” que es Cristo, haciéndonos potenciar al máximo las cualidades naturales y espirituales de las que hemos sido dotados desde el inicio.

No significa ambicionar a convertirnos en “súper hombres”; los santos no lo eran. Han caminado todos sobre un camino de imitación fiel al Maestro, cada uno con su originalidad, al punto que, asomándose todos al Modelo, aún son diversos el uno al otro.

La llamada es a vivir una vida santa y universal.  Por eso Papa Juan Pablo II ha canonizado a 482 nuevos Santos, muchos de los cuales laicos, justamente para que quedase bien claro que la plenitud de la vida cristiana es la perfección en la caridad y que es posible para todos en las más variadas condiciones de vida.

Y También el Renovamiento Carismático, desde su surgimiento siempre ha tenido la gran conciencia que el Espíritu Santo nos ha sido dado no sólo para vivificar la Iglesia y enriquecerla de dones y carismas, sino también para poner en el corazón de aquellos que reciban la Efusión, un profundo deseo de santidad.

Cuando hemos abrazado este camino, hemos visto tantas gracias y tantos signos, que nos manifestaban el amor y la presencia de Dios en nuestra vida, haciéndonos sentir casi privilegiados. Pero la intima unión con Dios es para todos y en la ordinariedad. Dejemos entonces que el Señor entre en neustro corazón, y en nuestra cotidianeidad y seamos agradecidos.

Existen quiénes se preguntan sobre por qué Dios elige manifestarse también con signos extraordinarios; pero su “pedagogía” consiste en despertar en sus hijos el sentido más profundo de su llamado, con uno o con otro medio.

Aquello que debemos tener siempre presente, es que el camino de nuestra personal santificación, no puede dejar de pasar por la cruz: aquella personal, aquella familiar y también aquella de los hermanos que caminan al lado nuestro y que debemos ayudar.  Nosotros no estamos excentos del combate espiritual y menos de la mortificación. También en el seno de la Comunidad misma, donde debemos tomar decisiones y confrontarlas, en lugar de sobrevenir en la caridad, puede transformarse en enfrentamiento con consecuentes lasceraciones.

Ahora, el camino parece difícil, el servicio comienza a pesarnos.  Cierto que el Espíritu Consolador no deja de sostenernos y también los hermanos nos ayudamos con la oración, pero es en esos momentos que sobretodo nuestro amor debe triunfar. Es nuestro corazón que debe amar en modo más alto, un modo completamente nuevo, a fín que la comunión pueda renacer y la paz triunfar. Sólo así podemos vivir nuestro llamado, sobretodo aquel a la responsabilidad, sin el miedo de herirnos.

Sólo el Paraíso es la Comunidad perfecta. Y que cosa hacen aquellos que nos han precedido en el cielo? ellos proclaman que han sido salvados no por su obra, más si por el Señor. También cuando pasamos a través d euna gran tribulación, Quien nos salva es el Cordero Inmolado, que rinde francas nuestras prendas con su sangre.12321634_743726305734154_521502623522587930_n

Ahora nosotros estamos en la gran tribulación, en el combate entre el bien y el mal; pero hemos aprendido a percibir el mundo del Espíritu y a participar con todo nuestro ser de la muerte y la resurrección de Jesús, es decir hacia su victoria final. Por ello no tememos nuestra pobreza, ni la de los hermanos, ni de la Comunidad misma; pero perseveramos en vez del “si” que hemos dicho a Dios, en el “aquí estoy” que repetimos continuamente, sabiendo Quién es el que nos justifica: Jesús Resucitado!

Es a través de este pasaje continuo, de muerte-resurrección, que toda la Comunidad vive un continuo despertar espiritual, en una continua alabanza que atrae en nosotros “la Fuerza de lo alto”, en una manfestación de la gloriosa potencia de Dios en nuestro corazón. Sabiendo que, si somos dociles al Espíritu, nuevas calles se abrirán delante de nosotros, nuevos carismas fluirán en Comunidad, nuevos hermanos nos serán confiados y recibirán nuestra novedad de vida.

Sintámonos un pueblo escogido y amado. Recordemos que, en el Antiguo Testamento, Dios escoge un pueblo para hacer un signo visible de su Salvación y que todos los otros pueblos correrán hacia él cuando se dejn transfigurar completamente por el Señor, de manera claramente visible.

Jesús continúa a actualizar esta profecía en la Iglesia. Y también nosotros, parte d ela Iglesía, vemos est aprogresiva transformación en la historia de la Comunitá Jesús Resucitado. El Señorío de Jesús quiere mostrarse en un pueblo nuevo. Pueblo que jerce un iresistible encanto, que atrae a los otros como un imán, porque huele a la santidad de Dios. Porque han cesado las opresiones, la violencia, el dominio del hombre sobre el hombre. Iglesia viva de la cual la Luz de Cristo se irradia como un faro, iluminando a quien la observa.

No les parece, queridos hermanos estra viendo el rostro bello y amado de la Comunidad Jesús Resucitado? Cuando la hemos conocido, la gracia ha sido manifestada así, en su esencia espiritual, y nosotros hemos quedado perdidamente enamorados.

En medio de este Pueblo glorioso y resucitado nos sentimos seguros, protegidos por Dios y por los hermanos, y, sin más miedo, habremos aprendido a danzar libres, movidos por el Espíritu. Habremos exultado por la victoria, profetizado en el nombre de Jesús, expulsando de nosotros y de los demás un espíritu de muerte, anunciando la paz al mundo.

Perteneciendo al Dios vivo, sentiremos en el corazón que no estaremos más enfermos, porque imponiendo nuestras manos habrán sanado; que no serían más marginados porque los hemos acogido y ayudado en nuestra Comunidad; ni pecadores, porque en la alabanza habrán conocido la misericordia de Dios que ama y salva a cada hombre.

Esta “visión”, guardada en el corazón por tantos años, es como un “gen” de vida eterna sembrado en nosotros, que
nos hace pensar y actuar como Jesús, que nos hace crecer, que no debemis nunca olvidar o perder. Es cierto que es una visión “profética”, de buscar realizar cada día; pero la fe, nos dice que “todo es posible” para quien cree en el Señor, que son también para nosotros los “signos” que Él ha prometido para aquellos que creen y que tantas veces hemos puesto en práctica.

También queremos que los hermanos nuevos, saboreen esta gracia; y  afín que resulte, los Responsables debemos ser los primeros en vivir “resucitados”, manifestando su fe y amor por Jesús, llenos de gozo, tanto que contagie a los neófitos, llevándolos así a la alabanza en lenguas, a la contemplación, a la manifestación de los carismas, a fín que Dios sea glorificado en la asamblea orante. Así levantamos nuestras manos hacia Dios, aplaudimos, nos inclinamos, danzamos libremente y espontáneamente, sin avergonzarnos.

El corazón de nuestra vocación está centrado en tener intimidad con Jesús: en dialogar con Él, en cenar con Él, como nos dice el Apocalipsis; en aprender a ofrecer a Él, momento a momento, cada situación y aspecto de nuestra vida. Así Dios pueda irrumpir su vida eterna en nuestro momento presente.

por Gabriele Tauro

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