Animadores y​ Responsables

LA FIGURA DEL ANIMADOR DE LA COMUNIDAD

¿Qué decir del Animador? Algunas veces podemos vivir, incluso durante años, una dimensión de Dios y realmente no haberla comprendido nunca plenamente. A menudo, sobre todo en el campo espiritual, nos podemos parecer un misterio nosotros mismos; un misterio que solo el Espíritu Santo puede desvelarnos gradualmente cuando se lo pedimos y le abrimos el corazón hasta lo más profundo.

Yo he oído dar muchas definiciones a la figura del Animador. Las más sencillas parten, como es obvio, desde un punto di vista puramente humano y, entonces, con este término se define, de vez en vez, a alguien dotado de grandes capacidades intelectuales, a un hábil orador, un inventor de novedades, un histrión, como vemos, por ejemplo, en los ambientes culturales o políticos, en los  programas televisivos, en las urbanizaciones turísticas. En el lenguaje eclesial,  en cambio, el Animador se entiende, sobre todo, como aquel que realiza un servicio, un ministerio, pero que ha sido habilitado para el mismo a través de estudios precisos y por eso, existe un itinerario formativo para acceder a la denominación de animador de la catequesis, de la liturgia, de la pastoral, de las escuelas de oración.

Todo esto, cuando exista, es ciertamente apreciable, pero no es suficiente para ser un verdadero Animador porque ser Animador es esencialmente un don de Dios, el cual elige con suma libertad a quien quiere, habilitándolo con una vocación específica, con dones especiales, con el reconocimiento profético por parte de la Comunidad, y además con el estado de vida que se desprende de ello.

He oído decir también que el Animador es aquel que está llamado a “dar el alma” a la Comunidad. Pero una vez más, tenemos aquí una iniciativa que sale del hombre, un “hacer” que precede al “ser”. Yo creo, simplemente, que el Animador “es” precisamente el alma de la Comunidad: es decir, el que posee la receptividad máxima del Espíritu Santo de Dios.

En el cuerpo humano el alma, permitidme la expresión, es el “lugar” del recibimiento del Dios verdadero en nosotros, es el tabernáculo de su presencia, el tálamo de la intimidad entre el Creador y su criatura. Todo el cuerpo está impregnado de ella y transfigurado, ya que no existe separación entre el cuerpo y su alma, sino que es en ésta última, en lo más espiritual que hay en el hombre, donde este encuentro, este matrimonio puede ocurrir porque es precisamente para esto para lo que nos ha sido donada, para que comprendiéramos y experimentáramos lo que es el ser destinados un día a la comunión plena con Dios, recibiendo ahora la prenda y el adelanto.

Todos los que viven “según el Espíritu”, en esta dimensión de continua espera y acogida, de consumación del matrimonio (en lo que concierne a lo que se nos ha dado para experimentar en esta tierra), son por esto como el alma de este cuerpo tan vivo y articulado como lo es el Cuerpo Místico. Los Animadores lo son pero con una conciencia mayor, con una intensidad especial, con un deseo operoso, dirigido a volver a comunicar, cuidadosamente, esta gracia a todos los otros miembros.

También saben que, si son el alma (cada uno por su parte y contemporáneamente todos juntos), esta alma debe ser mantenida viva y vital, cada día, dirigida al Espíritu en todo momento, enriquecida por su visita y por sus dones siempre. De lo contrario, la Comunidad permanecerá “exánime”, o sea “sin alma”.

Es una responsabilidad inmensa, que nos viene de Dios y a la que no podemos substraernos, pena el rechazo y la traición de la vocación que nos ha sido donada. Si nosotros Animadores no recibimos continuamente el Espíritu, hasta experimentarlo en nosotros como una componente  nueva nuestra, hasta percibir de ella la fuerza como algo que nos atraviesa para enriquecer la Iglesia y el mundo. Si nosotros no lo recibimos así, no solo el Espíritu será carente en nosotros, sino que lo será también en la Comunidad que tendremos que animar y en toda la Iglesia.

A. Alberta Avòli y Roberto Ricci«Haz de tu vida un don» – Serie “Líneas Características n. 4”- Ed. Comunidad Jesús Resucitado – pag. 41-42

LLAMADOS PARA ASUMIR UNA RESPONSABILIDAD

El CIS llama de entre los Animadores a quienes tendrán que cubrir cometidos de Responsabilidad para:

  • guíar Comunidades en las Parroquias y en los Ambientes;

  • representar al CIS en calidad de Delegados por una determinada diócesis;

  • ir en misión y fundar o confirmar las Comunidades;

  • llevar a cabo Servicios comunitarios de particular relieve, para consentir el buen funcionamiento de la vida comunitaria ordinaria y para sus acontecimientos especiales.

¿Cuáles son las dotes solicitadas a un buen Responsable?

  • La oración personal, con la que se nos ha donado el recibir la visión profética, la sabiduría y  cualquier don para guíar la Comunidad o el Servicio que se nos ha encargado;

  • carismas específicos de discernimiento espiritual, autoridad, gobierno, pero unidos estrechamente a los de humildad, sumisión fraterna, caridad;

  • firmeza en la fe, incluso ante las oposiciones y las persecuciones, madurez personal, que significa también vida familiar equilibrada, trabajo llevado a cabo con tesón, estima de los demás;

  • espíritu de profunda comunión, ejercitada a cualquier nivel, con todos los que comparten con nosotros la responsabilidad (con el CIS, con todos los fieles, con todos los otros componentes de la Iglesia;

  • la capacidad de suscitar alrededor de sí el amor por Dios y la vida comunitaria.

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