Discurso del Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos

 

Intervención de su Eminencia el Cardenal Stanisław Ryłko,

Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos,

en el acto de entrega del decreto de reconocimiento

de la Comunidad Jesús Resucitado

 

Queridos amigos,

quisiera extender mi cordial bienvenida a todos ustedes, miembros de la Comunidad Jesús Resucitado, que se han reunido hoy en el Consejo Pontificio para los Laicos, junto con su Presidente y los miembros del Comité Internacional de Servicio – para quienes les doy un saludo muy especial – por participar en el acto de entrega del decreto de reconocimiento y aprobación de los estatutos de su Comunidad.

Se trata de un momento muy importante para la vida de la Comunidad Jesús Resucitado, así como para este Dicasterio. Con este acto, la Santa Sede Apostólica reconoce con alegría una nueva congregación de fieles que busca la santificación de sus miembros y la edificación de toda la Iglesia. Al mismo tiempo, a través de este reconocimiento, los fieles son confirmados por la Santa Sede en su derecho de asociarse a fin de alimentar una vida cristiana más perfecta y promover las actividades de evangelización en todo el mundo.

Vuestra Comunidad esta inserta en los inicios de la Renovación Carismática Católica. Ahora los animo a establecer solidas relaciones de comunión y colaboración con las distintas realidades nacidas en este ámbito, que obran ya sea a nivel nacional y a nivel internacional.

Sin duda, es importante para todos ustedes recibir el reconocimiento de la Santa Sede durante el tiempo pascual, en el cual celebramos la Resurrección de Cristo, y a pocos días de Pentecostés. Ustedes, queridos miembros de la Comunidad Jesús Resucitado, siéntanse llamados a vivir y a anunciar aquel evento que trae la realización del plan divino concebido desde la eternidad, o sea la Muerte y Resurrección de Cristo. El por su Resurrección nos dona una nueva gracia, nos permite vivir una vida nueva.

San Pablo, en su carta a los Romanos, dice: «Por medio del Bautismo, fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre. Si nos hemos unido a Cristo en una muerte como la suya, también nos uniremos a él en su resurrección» (Rm 6,4-5).

El Señor, por lo tanto, es muerto en la Cruz a fin de que pudiésemos morir este cuerpo de pecado y poder generar, mediante la Resurrección, la vida nueva y gloriosa a la cual Dios nos ha destinado desde el principio.

El pasaje del Evangelio de San Juan que acabamos de escuchar se proclamó el domingo de la Octava semana de Pascua (domingo de la “Divina Misericordia”). Jesús se apareció a los apóstoles por primera vez la noche del domingo en que resucito. Se presenta en medio de ellos en el cenáculo de Jerusalén, donde se reunían y entro a puerta cerrada debido a los beneficios de la calidad del cuerpo glorificado. Pero, para evitar cualquier duda, muestra a los apóstoles sus manos y su costado abierto: es el mismo Jesús, que ha resucitado verdaderamente.

El Señor también les da dos veces el saludo típico de los Judíos: «La paz esté con ustedes». Con estas palabras amistosas, El pretende disipar el temor y la vergüenza del alma de los apóstoles, que habían tenido un comportamiento desleal y lo habían abandonado durante los sucesos de la Pasión y en la hora de la Muerte. Jesús quiere recrear con sus apóstoles aquel ambiente de amistad y de intimidad en la cual le confirió a ellos la potestad de perdonar los pecados, un poder que viene ejercitado por los sacerdotes en el sacramento de la Penitencia (Concilio de Trento, De Paenitentia, cap 1).

En la audiencia general del miércoles 7 de abril pasado, Benedicto XVI afirmó que la Resurrección de Cristo es «un hecho “historiador”, real, testimoniado y documentado. Es un suceso que funda toda nuestra fe. Es el contenido central y el motivo principal por el cual creemos». Y agrego: «La buena noticia de la Pascua, por lo tanto, requiere del trabajo de los testigos, entusiastas y valientes. Cada discípulo de Cristo, también cada uno de nosotros, está llamado a ser testimonio. Este es el mandato preciso, desafiante y emocionante del Señor Resucitado» (Benedicto XVI, Audiencia general, 7 April 2010).

Estas palabras que el Papa ha dirigido a todos, creo que son especialmente apropiadas en este momento, dirigida a toda la Comunidad Jesús Resucitado.

El carisma de la Comunidad es sin duda un medio valioso para vuestra santificación personal y, al mismo tiempo, contribuye en gran medida a la consecución de este mandato que nos sugiere el Santo Padre, es decir, aquel de conducir a todos a la vida nueva, que es aquella que proviene del encuentro con el Señor resucitado.

Respetando vuestra identidad eclesial y vuestros modos apostólicos, es necesario que trabajen siempre en la Iglesia en plena sintonía con el Vicario de Cristo, como así con los Obispos diocesanos, los Pastores de las Iglesias locales.

Sobre todo quiero hacer hincapié en esta dimensión de la comunión, de particular afiliación en unión con el Santo Padre, el sucesor de Pedro. Recuerden el encuentro mundial del Papa con los Movimientos, el 3 de junio de 2006, casi al comienzo de su Pontificado, cuando el Papa se refirió a esta multiplicidad con la que obra el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y la misión de la Iglesia. El resultado de esta diversidad de la acción del Espíritu Santo en la Iglesia son varios de los carismas, que hoy en día el Espíritu Santo distribuye con generosidad y de las cuales ustedes son fruto. Pero finalmente, el Papa dijo algo para todos los Movimientos eclesiales, todas las Comunidades, y por lo tanto también para ustedes, ha dado una consigna especial: «Sean siempre más y más, muchos más” – dice el Papa – los colaboradores en el ministerio universal del sucesor de Pedro».

Ésta es la característica fundamental de los Movimientos: la misión sin fronteras; “hasta los confines de la tierra”: estos son vuestros límites.

Por consiguiente este acto de entrega de este decreto, que reciben hoy, es un don, pero también es para ustedes una nueva tarea, una tarea renovada que la Iglesia les pone delante: participar en la misión con más entusiasmo, con más alegría, con más fuerza y generosidad.

También deseo mencionar que, ayer, se concluyó en Fiuggi el Congreso Internacional de la Comunidad Jesús Resucitado, en su XXIII edición. Una cita sin duda importante y fundamental para la vida de la Comunidad, un momento de gracia y, sin duda, de balance y consideraciones sobre las obras de la asociación.

Siento mucho no haber podido estar con ustedes debido a dificultades objetivas, pero me doy cuenta de la importancia de estos eventos en la vida de vuestra Comunidad. Son momentos de gracia, momentos para hacer balances; momentos de alabanza a Dios por los frutos que genera entre ustedes y a través de ustedes. De muchos de estos frutos ha hablado vuestro Presidente. No es una forma de orgullo personal, por lo que ha hecho, porque ustedes se dan cuenta muy bien que es el Espíritu Santo quien obra y nosotros solo somos instrumentos. Jesús nos dice también: “instrumentos inútiles”. Hicimos lo que teníamos que hacer. Alabanza y gloria al Señor que hace estas cosas grandes entre nosotros y a través de nosotros, “instrumentos inútiles”.

He escuchado con gran interés de estos frutos que ustedes han hablado y de este espíritu de alabanza con el cual ustedes comunican estos frutos en el mundo; porque realmente es nuestra respuesta por lo que el Señor obra en medio de nosotros y en nuestras vidas, en la vida de nuestra Comunidad, no debe ser otra que alabar al Señor. Y esto es la gran contribución que la Renovación Carismática ofrece a la Iglesia hoy en día, es decir suscita este espíritu de alabanza, de oración, de adoración al Señor.

Cuantos fieles laicos, hombres y mujeres, jóvenes, adultos y ancianos han descubierto la belleza de la oración de alabanza al Señor.

A menudo en la oración estamos como en una trampa, recurrimos al Señor sólo cuando hay necesidad urgente de algo. Sin duda, debemos recurrir al Señor con humildad, incluso en estos momentos, pero nuestro deber fundamental, como cristianos, es el deber de alabar.

Cuando han cantado, pensé en las palabras de San Agustín, el cual ha hecho un bellísimo canto al Salmo que dice “canta al Señor un canto nuevo”. San Agustín dice: «Al hombre nuevo un nuevo canto». Hombres nuevos no pueden cantar de una forma antigua. ¿Y cómo cantar? «No sólo con la boca – dice San Agustín – canta con la vida». Ustedes son un canto de alabanza, cuando tu vida es buena. Y este es también mi deseo, en este día de alabanza, de agradecimiento que vuestra Comunidad hace al Señor. Mi deseo es precisamente esto: que toda vuestra Comunidad llegue a ser un canto nuevo para el Señor y cada uno de ustedes llegue a ser un canto de alabanza al Señor.

Y termino aquí. Hoy comienza una nueva etapa para la vida de vuestra Comunidad. ¿En que consiste esta noticia? Pueden compartir con mayor convencimiento y persuasión que la Iglesia esta con ustedes. La iglesia ha dado a ustedes, una vez más, un gran crédito; la Iglesia confía en ustedes. Repartimos con esta bendición de la Iglesia, con un coraje renovado y un renovado compromiso.

Los estatutos que regirán la vida de su Comunidad están aprobados por un período inicial “ad experimentum” para 5 años, después de lo cual, con la experiencia adquirida, solicitaran al Dicasterio la aprobación final.

Y no olviden que este decreto de aprobación no significa que pueden caminar solos, sin la ayuda del Consejo Pontificio para los Laicos; por el contrario, este acto de aprobación es un vinculo especial entre ustedes y el Consejo Pontificio para los Laicos, como Dicasterio del Papa, el sucesor de Pedro.

Es aquí, como a menudo repetimos, el hogar común de todas estas nuevas realidades, Movimientos eclesiales, nuevas Comunidades. Estaremos muy felices de tenerles como invitados, de manera regular, para escuchar los frutos que el Espíritu Santo genera en su vida, en la vida de su Comunidad, incluso en su propagación en todo el mundo.

Estoy seguro que en vuestro camino no faltara nunca la intercesión de la Virgen en su servicio a la Iglesia y por esto me complace el canto a María. Alguien ha dicho no sin razón, que la Virgen es la más grande carismática de todos los tiempos, siendo “llena de gracia”; más carismática que ella es imposible imaginar. Por ello, ella que es la esposa del Espíritu Santo, sea vuestra guía.

La Virgen les acompañe, y los guie en el Servicio a la Iglesia.

Amplio el saludo amigable del Consejo Pontificio para los Laicos, asegurándoles nuestra constante oración.

Estoy seguro de que en su camino nunca faltara la intercesión de la Virgen en este servicio generoso a la Iglesia. Dios los bendiga siempre!

 

Stanisław. Ryłko

Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos

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