Fiuggi Terme, 8 -11 diciembre 2011

Curso de formación para animadores Y responsables

“AQUÍ ESTOY, ENVÍAME”

Paolo Serafini

En los capítulos anteriores a este versículo: “aquí estoy envíame”, entendemos que Isaías había ya servido al Señor por muchos años; de pronto ve al Señor en su trono majestuoso y siente una voz que le dice: “santo, santo, santo”. Cuando ve al Señor sobre su trono se inclina sobre sí  mismo, toma conciencia de su situación y exclama: “yo estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros y soy un hombre que habito en medio de un pueblo de labios impuros, y mis ojos han visto al Rey, al Señor de los ejércitos”.

Para saber quiénes somos verdaderamente, nosotros no debemos compararnos con los otros, porque nuestra comparación es con el Señor. Cuando lo hacemos, entonces nos damos cuenta de lo que somos. Isaías no se siente bien, comprende que tiene los labios impuros; en contacto con el Señor ve por si mismo aquello que es y confiesa su pecado. Entonces el Señor toma el fuego directamente de su altar para purificarlo y a consecuencia habilitarlo para predicar con libertad la buena noticia: De hecho Isaías hablará en su libro de Jesús como profeta y como Mesías, más que cualquier otro libro de la Biblia.  Después Isaías oye una voz de repente que dice: “a quien mandaré y quién irá por nosotros?”; antes no pudo oír la voz que le hablaba desde hace un tiempo, porque tenía los oídos sucios, obstruidos. En sus orejas y en su vida estaba la suciedad que creó saturaciones, al punto de dejarlo sordo y ciego, pero luego confiesa su pecado y es purificado,  el depósito de inmunidad es removido y, finalmente oye
una voz: la voz de Dios.

A menudo también nosotros decimos a Dios: “háblame Señor, tu siervo escucha”. Antes que esto suceda, nosotros debemos hacernos purificar, de otra manera no sentiremos la voz de Dios; debemos confesar nuestro pecado y en particular aquellos de omisión del servicio, confiando hasta el día de nuestro Bautizo; confesar toda nuestra idolatría, nuestra traición a Dios y dejar que el Espíritu Santo ilumine nuestro corazón, de modo que nos indique qué otras cosas debemos revelar, incluso de nuestro pasado que permanecen en lugares oscuros y que hemos mantenido deliberadamente ocultos. Después de la confesión de los propios pecados, Isaías sintió la voz de Dios, pero antes de la confesión y de la purificación había dicho: “soy un hombre muerto”, pero luego de ver al Señor, el respondió “envíame”. El Señor está esperando nuestra adhesión a ser enviados, espera que cada uno de nosotros diga hoy: “Señor, mándame”.

“Aquí estoy, envíame” es la respuesta de quien reconoce haber sido objeto de una gracia inmerecida, de perdón gratuito, es la respuesta a la generosidad del Señor, a su amor, a su misericordia, a su perdón.

“aquí estoy, envíame” es la voz de quien no tiene nada que perder, la voz de quien sabe no puede salvarse por sí mismo; y es la voz de quien dice “soy como soy: incapaz, frágil, limitado/a”.

Es ciertamente singular, lo que ocurre en el cielo. El profeta después de haber descrito toda la potencia, la399956_181509525289171_1693984617_n gloria de Dios y su santidad, ahora revela algo paradójico: el Dios glorioso se rinde, al mismo tiempo, impotente ante la necesidad del hombre. El Dios que concibió primero al hombre totalmente otro, es quien ahora lo ve atractivo, en busca de una creatura que lleve al mundo su mensaje. ¿No es ajena a la Biblia esta realidad de Dios, que por una parte es muy diferente a la del hombre y por otra está íntimamente ligada a ella? La propia elección de Dios de venir al mundo en Jesús da parte de esta lógica de Dios que prefiere renunciar a sí mismo, a su omnipotencia, un Dios que prefiere la cruz,  en lugar de la distancia y la separación de sus criaturas, a las que desea siempre amar, curar, perdonar y salvar. Se trata de  una lógica que nos es extraña porque ninguno renunciaría a los propios privilegios adquiridos, al poder alcanzado, a la riqueza conquistada. Mientras Dios lo ha hecho, por nosotros. Y ahora se presenta ante nosotros, porque su amor es algo exigente y nos pregunta: ¿“quien irá?”, así qué cuál es tu elección por Dios.  ¿Cuál es tu respuesta al amor que te ha donado, tu respuesta al perdón que te ha concedido? Todo es gratuito, pero debes escoger en tu  libertad.

“¿Quién irá?”,  Cualquiera sea la Palabra que Dios diga, es siempre una palabra que nos hacía falta, una palabra, aunque de juicio, que viene pronunciada sobre nuestra vida de manera que produzca arrepentimiento, de manera que  podamos reconocer y acoger el perdón de Dios. “¿Quién irá?”, en realidad la Palabra de Dios es tranquilizante, porque el amor y el perdón de Dios son gratuitos y no dependen de nosotros, todo es obra suya.

Pero cuando Dios nos habla en su Palabra, de repente nos sentimos llamados a ir, a responder, porque el427164_181510941955696_40403230_n.jpg amor de Dios por nosotros nos impulsa a amar, por tanto a ir al encuentro del otro. Y ninguno podrá quitarse la sensación de estar sentados, rendidos al amor de Dios, a su gracia,  a su obra por nosotros. El Señor no cesa nunca, a pesar de nuestro no! a su Palabra. Nos dice: ¿quién irá, quién recorrerá las calles del mundo anunciando el amor de Dios, quién reconciliará en la división, quien acogerá a los repatriados, quién será instrumento de paz en la guerra, quien unirá en la división, quien pondrá fe en la duda, quien portará esperanza en la desesperación, alegría en la tristeza, luz en la tiniebla?.

El profeta ha comprendido que no podía escapar a tanto amor, y ha respondido ¡envíame!. ¿Y cuál es nuestra respuesta? Creo que al final de este curso nosotros le debemos nuestra respuesta al Señor.

Continuando con nuestra reflexión, debemos tener en cuenta que nuestro modelo de misionero es Jesús, Jesús es el enviado por el Padre, la encarnación, el itinerario de su misión está inscrito en la historia de los hombres, y mientras un hombre viva, tendrá que continuar su misión, debido a que el descenso de Jesús en la historia no es efímero, porque Él permanece encarnado para siempre en el tiempo y en la eternidad.

Pero, ¿qué cosa hizo para darle durabilidad y continuidad a su misión? habiéndose encarnado frágil, responsable y debiendo morir, Jesús debía pensar en dar una sucesión a la misión que le había encargado el Padre y Él hace lo mismo llamando a los doce y diciéndoles: “como el Padre me ha enviado, así yo los envío a ustedes”. Así Jesús ha garantizado una sucesión de continuidad. Jesús no olvida que fue enviado y lo transmite a los doce y a todos los discípulos que lo han recibido.

Por eso Jesús se apresuró en preparar a los apóstoles. Del Evangelio sabemos con cuánto cuidado el Señor los ha preparado, con cuánta solicitud los había hecho madurar para la misión; con cuánta oración los había consagrado y continuamente alimentado. Aún los discípulos eran hombres, portaban con ellos la debilidad humana. Por eso Jesús que bien sabía el peso de ser mandado y que pronto experimentó la destrucción y la muerte,  ha deseado venir a socorrer a sus discípulos con una maravillosa efusión: “Yo les enviaré el Espíritu”. Jesús así ha preparado a los suyos para esta Efusión y después ha retornado al Padre, porque debía retornar al Padre  para que su misión fuese completa.

Todavía hay  una misión que Jesús deberá completar en el último día, es ahí cuando la misión será completa, cuando el tiempo sea cumplido y el Padre sea rodeado en el Reino, de la alegría de los elegidos. Este estupendo diseño de salvación, es el evento que nosotros recordamos, el misterio en el que nosotros creemos, la vida que nosotros vivimos.

Por lo tanto, nosotros enviados de Jesús, debemos parecernos a Él. Y ¿qué cosa hacía el misionero Jesús? Jesús andaba, andaba, sin cansarse, mientras nosotros conocemos bien la tentación y la tendencia a albergar la misión, no debemos detenernos, aunque sea a contemplar lo que el Señor nos ha hecho construir. Y en vez de eso debemos andar: este es el resto de la lógica del Evangelio. Jesús andaba sin detenerse, porque “aún tenía ovejas que no eran de su rebaño.”

También nosotros debemos ir y permanecer siempre como peregrinos, y si nos rechazan iremos a otra parte. Es cierto,  a veces en nuestro espíritu  y en nuestra carne sentimos cuán pesado es  este caminar, difícil, pero debemos continuar sin cansarnos jamás,  incluso si algunos se oponen a nosotros, nos hostigan, nos calumnian, que no son autoridades civiles o religiosas, son los propios hijos e hijas que hemos engendrado con fatiga y trabajo y ahora a ellos les digo: “su tiempo se terminó, es hora de que se vayan, su lugar lo tomamos nosotros”. Cuando esto ocurra, no debemos perder la esperanza, porque esto es una señal de la autenticidad de aquello que estamos haciendo en el Espíritu Santo.

El Señor mismo en el Evangelio lo ha prometido diciendo: “nos perseguirán”. Y si Él lo ha prometido debemos ser profundamente felices, porque constatamos que el Evangelio es verdadero y que el Señor es fiel a sus promesas. Esto diluye la melancolía de muchos, el pesimismo, nos restablece el espíritu y nos dona un nuevo entusiasmo.

Así que queridos hermanos y hermanas, vayamos. El Señor nos envía y nos da la fuerza de su Espíritu, y de esto surge una nueva primavera en la vida de cada evangelizador, de la que quizás la Iglesia, la Comunidad de hoy necesita más de lo que creemos. Hay toda una humanidad desorientada, pobre, miserable que camina en las tinieblas y tienen tanta necesidad de ser evangelizada en la bondad, la paz, el amor.

Ahora, el Señor nos envía a predicar el Evangelio con la fuerza del Espíritu Santo, Jesús mismo comenzó a predicar con la fuerza del Espíritu y los apóstoles hicieron lo mismo, cuando Jesús los exhortó a no alejarse de Jerusalén, sin que estuvieran revestidos de la potencia de lo alto. En Pentecostés, después del descenso del Espíritu, Pedro y los otros apóstoles, comenzaron a hablar de Jesús, crucificado y resucitado y esta palabra fue dada con tal potencia que 3000 personas sintieron que atravesaba su corazón.

San Pablo llega a afirmar que sin el Espíritu Santo es imposible proclamar que Jesús es el Señor y San Agustín dice que aunque grite “Abbá” sin el Espíritu Santo, grita en vano. El Señor nos llama para una evangelización de fuego. Juan Bautista dice que “Jesús es aquel que nos bautiza con el Espíritu Santo y con el fuego” y el Evangelio tiene una potencia incendiaria. El Espíritu Santo no nos ha sido dado sólo para hacer bella la prédica,  si no para poner una llama en el corazón de cada hombre. Si Jesús no te incendia el corazón, no puedes llevar el fuego a los demás: “sin mí no pueden hacer nada” dice Jesús. Cuando llegó el Espíritu Santo se manifestó en lenguas de fuego que se posaron sobre cada uno de ellos.

Cada cosa que hagamos por Jesús y el Evangelio debe estar caracterizada del fuego, debe quemar al que escucha. Debe darse el fuego en aquellos que testimonian y que predican e Evangelio. Cuando el Espíritu del Señor viene sobre los hombres, ocurren cosas nuevas. Las personas comienzan a resistir al mal, al diablo que se ve obligado a dejarnos ir y escapar. Si eres tímido, por la unción del Espíritu puedes convertirte en valeroso. Somos como ovejas entre lobos, pero en este caso son las ovejas quienes van al ataque.

La evangelización que conquista al mundo, es la evangelización del Espíritu Santo y quienes evangelizan en la potencia del Espíritu, pone en uso todas las armas que Dios le ha dado para el servicio, que son los dones y carismas del Espíritu. Las obras de Dios no son sólo las sanaciones, las conversiones, incluyen una infinidad de operaciones como: revelaciones, profecías, conocimiento sobrenatural, sabiduría, discernimiento, sueños, visiones y autoridad sobre el poder de Satanás. Nosotros tenemos las armas, y el diablo ha hecho todo para no hacérnoslas usar. Los signos y prodigios son el boleto de la visita de Dios. Jesús primero, los apóstoles y otros creyentes después, obtuvieron resultados increíbles gracias a los milagros, a las liberaciones y a las sanaciones. Muchos seguían a Jesús porque veían los milagros y a las personas sanas y por esto permanecían a escuchar su enseñanza.

Cuando Pedro visitó Lidia y Enea fue sanado de la parálisis, “todos los habitantes de Lidia y del Sarón, lo vieron y se convirtieron al Señor”. Poco después, Tabita fue resucitada de la muerte y muchos en esa ciudad “creyeron en el Señor”. Jesús nos ha encomendado de sanar a los enfermos y sacar a los demonios y esto seguramente atrae la atención y es el primer motivo de crecimiento de la Comunidad y en particular de la Comunidad Jesús Resucitado.

Si tú crees, los milagros son también tu heredad. Si hemos abandonado nuestra herencia es porque muchas veces hemos recibido enseñanzas equivocadas  y también porque muchas veces hemos dudado. Pero la Palabra de Dios nos promete que nosotros haremos sus mismas obras y así de grandes. Si un mecánico fuese llamado a reparar un auto y se apareciera sin sus herramientas, dispuesto a repararla con sus propias manos, ¿qué cosa pensaríamos de él? Seguramente pensaríamos que no es buen mecánico. Esto se puede decir de un cristiano que quiere vivir su vida cristiana sin la armadura que Dios le ha forjado. Las manifestaciones están a la disposición de todo creyente, siempre que debamos tomar la nuestra  y usarla!

Si estos dones, carismas no vienen siendo usados delante de la enfermedad y del demonio, un cristiano es destinado a combatir continuamente y también a perder. Jesús nos ha dicho: “Miren que les he dado autoridad para pisotear serpientes y escorpiones y poder sobre toda fuerza enemiga: no habrá arma que les haga daño a ustedes” (Lc. 10,19), ¿pero realmente le creemos? Puede ser que nosotros no tengamos ningún problema en creer que los demonios se someten a Jesús, pero que se someten a nosotros, es más difícil. Si nosotros estamos inmersos en Jesús y, estamos puestos en Él, entonces lo que está bajo Sus pies, también está debajo nuestro. Nosotros estamos hechos para sentarnos en el cielo con Cristo Jesús, por encima de todo principado y de la potestad del enemigo (cfr Ef. 2, 3-6).

Tengamos presente que negar los milagros es negar la encarnación de Jesús. Porque la Palabra Eterna que es Jesús, se hizo cuerpo para tocar mi cuerpo y guiar mi carne; su nacimiento sana todas las heridas que traigo a mis espaldas con mi nacimiento, su pureza, sana mi impureza. Si mi palabra es aquella que Dios pone en mi boca, entonces realizaré las mismas maravillas. Así, si nuestra Comunidad vive los Hechos de los Apóstoles, nosotros veremos los milagros de los Hechos y podremos testimoniar que los hemos visto realmente. Nosotros hemos visto la potencia de la Palabra obrar con signos grandiosos y necesitamos de esta potencia para los tiempos difíciles que estamos viviendo.

Junto  a ustedes quiero poner a prueba la potencia de la Palabra, la potencia del Evangelio, recordando al Señor su Palabra. Deseo invitar a los enfermos que están aquí en medio de nosotros a pronunciar esta palabra de potencia para ser sanados:

  • Por sus llagas, nosotros somos, estamos sanos…
  • Sí, yo deseo sanar…
  • Todos aquellos que lo tocaban sanaban…
  • No moriré, quedaré vivo para anunciar la obra del Señor…
  • La potencia del Evangelio en este momento, toca nuestras enfermedades, nuestra esclavitud…

El Señor nos ha dado una infinidad de riquezas, de carismas y de dones, para que, como dice el Bautista, nosotros335404_181509358622521_837856883_o seamos los amigos de la Novia. Todas estas riquezas, estos carismas, no son para nosotros, no debe servirnos para enamorar a la Novia (que es la Comunidad, la Iglesia y los hermanos) lamentablemente hay quienes se aprovechan de los dones que Dios les dio para hacer que la gente los siga a ellos y no a Jesús. Estos regalos no fueron entregados para que la gente se enamore de nosotros, sino para que se enamoren del Señor. ¡Hay de aquellos que roban la Novia al Novio! Al final de los tiempos vamos a celebrar las bodas del Cordero y la Novia estará vestida de fiesta y enamorada.

¡Ay! De los amigos del Novio, si la Novia llega y no está enamorada de Él. Nos dirá: ¿han olvidado el juramento que habían hecho? Yo te he dado el don de predicar, de gobernar. Te he dado muchos dones, muchos carismas, y tú al final ¿qué has hecho con todo lo que yo te había dado para enamorar a la Novia para el Novio?. Tú no has cultivado los talentos, los has hecho ver a la Novia para hacerla enamorarse de ti: tú no me has robado los dones, me has robado a la Novia!.

Nos preguntamos dónde encontramos los dones del Espíritu Santo? Los encontramos en el Espíritu Santo mismo. Y dónde vive el Espíritu Santo? Vive en nosotros, en los dones que habitan en nosotros. También podemos preguntarnos ¿cómo hacer para asegurarnos concretamente de la presencia de la acción del Espíritu Santo en nuestra evangelización? ¿Cómo hacer para ser revestidos nosotros de la potencia de lo alto? Para esto existen dos condiciones indispensables que son: la oración y la rectitud de intención.

El Espíritu Santo en Pentecostés vino sobre los Apóstoles, mientras ellos estaban  puestos de acuerdo y en oración. Lo único que podemos hacer para confrontar al Espíritu Santo, el único “poder” que tenemos en Él es de invocarlo y orar. No tenemos otros medios. Pero este medio aparentemente frágil de la invocación y de la oración es en realidad infalible: “¡Cuánto más dará su Padre del Cielo el Espíritu Santo a los que se lo pidan!” (Lc. 11,13). Dios está obligado a dar el Espíritu Santo a los que se lo pidan en oración. Es de la oración que depende si nosotros seremos profetas verdaderos o falsos. La evangelización tiene una gran necesidad de un auténtico espíritu profético, porque solo una evangelización profética puede sacudir al mundo.

Para obtener el Espíritu Santo  en vista de la Predicación, después de la oración viene la rectitud de intención. San Serafín de Sarov, decía que “predicar es fácil, y poner en práctica lo que se predica es difícil”. El Espíritu Santo no puede actuar en nuestra evangelización si el motivo no es puro. No puede hacerse cómplice de nuestra mentira. No puede venir a potenciar nuestra vanidad. Debemos poner en práctica aquello que el Señor nos dice: “cuídense de hacer sus obras, para ser admirados por los hombres”.  Así que debemos preguntarnos ¿qué es lo que motiva nuestras elecciones, qué está en la base de nuestros gestos, de dónde nace nuestra palabra?.

Debemos cambiar nuestro estilo de vida y elegir entre aquello que tienen relación con Dios de aquello que es del mundo (son ahora tantos los espíritus mundanos). Debemos cambiar de estilo de vida si deseamos la santidad, y elegir un estilo de vida que nos haga huir de la impureza que nos haga llegar a amar la pureza en todas sus facetas y convertirnos en el buen aroma de Jesús. Debemos recordar que los pecados de impureza no nos hacen ciudadanos del cielo, pero si ciudadanos de Babilonia, la gran seductora.

Por desgracia hoy en día muchos alardean del pecado; del pecado se ríen, se escribe, se recita, se hacen películas, parece que el honesto, el amante de la verdad es un cretino. El inteligente se ha convertido en ladrón, la suciedad, el falso testimonio. Nosotros debemos responder con toda fuerza a esta contaminación inmoral, o de lo contrario nos podemos adaptar, y poco a poco puede entrar en nosotros el desanimo por las cosas de Dios y corremos el riesgo de usar el cuentagotas con Dios y con el pecado el barril.

Debemos tener un estilo de vida que no nos haga ser calculadores en la oración, torpes en la vida espiritual por falta de intimidad con el Señor. Dios es fuego, pero yo  a veces boto agua sobre el fuego, porque no deseo dejarme quemar de su llama y correr el riesgo de deber cambiar de vida y convertirme verdaderamente.

Para tener la pureza de intención, debemos trabajar sobre todo en dos direcciones: la humildad y el amor. No podemos anunciar a Jesús con Espíritu de rivalidad, de envidia, de contención. El Evangelio no se puede anunciar más que por amor. Dios es amor, y no se comunica más que por amor; no para crear  polémica, no para confundir a los demás. Necesitamos convertirnos y pedir a Jesús su amor para amar a todos como Él nos amó.

El ansia de Jesús de comunicarse es el fuego que debe animarnos. Nuestra vida es ligada a Jesús y, por tanto, al bien de los otros. Debemos “dejarnos alimentar” por los hermanos, ser generosos. Recuerden que para ser proclamadores del Evangelio es importante ser de testimonio auténtico, que debemos de haber hecho un camino en el que el Evangelio se ha convertido en un encuentro personal con Jesús, no solo como una experiencia personal  y privada, sino como un cambio radical que al conocer el Evangelio nos dimos cuenta que no podemos dedicarnos a otra cosa que no sea a proclamarlo y a echar raíces en otros corazones, en otros caminos, en otras historias, en otros eventos. Desafortunadamente muchos cristianos dicen vivir una vida espiritual plana y monótona y dicen que “les falta algo”. En este punto necesitamos preguntarnos si estos cristianos ¿testimonian a los demás de su fe en Jesucristo? Cerca del 90% de los cristianos occidentales, son estériles porque no han convertido a ninguno a Jesús, esta no es la voluntad de Dios, porque hemos sido mandados a anunciar el Evangelio.

Las estadísticas nos dicen que la mayor parte de ellos que se convierten en cristianos o cristianos renovados es por “la evangelización en amistad”. La amistad conquista el corazón de la gente y la prepara para recibir el mensaje del Evangelio, pero la evangelización en amistad tiene su precio: i ese precio es ¿si se estamos  dispuestos a participar de la vida de las demás personas? La fuerza del evangelista amigo es la relación personal.

Predicar el Evangelio es cosa bien diversa de aquella preparación de estudio, de cultura, de doctrina con la cual nosotros a menudo nos apresuramos en construir bibliotecas, multiplicando cristologías, sin apenas alcanzar el verdadero conocimiento de Jesús, el Salvador. Los misioneros nos somos profesores  que vamos en torno a difundir doctrinas, pero si somos pescadores de hombres, y para ellos predicar está ligado a ese misterioso dinamismo de la salvación que se llama conversión del hombre. “Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc. 1,15) diría Jesús al inicio de su misión. La misioneridad de la Iglesia y de nuestra Comunidad exige misioneros santos, cada misionero es auténticamente tal, siempre que se empeñe en el camino de la santidad.

El secreto de la rápida difusión del Evangelio por el mundo, no obstante tantas persecuciones y obstáculos al inicio, se debe a la santidad de los primeros cristianos. Los grandes misioneros son  también grandes santos. Todas las comunidades han surgido a lo largo de los siglos para continuar con el compromiso de vivir el Evangelio con toda perfección, siendo el resultado la comunidad fecundamente misionera. Hoy esta fecundidad misionera es un fenómeno que se verifica sobretodo en la comunidad laical. La santificación es una condición que Dios mismo nos ha puesto para la mayor eficacia de la evangelización. Ciertamente el Evangelio tiene una eficacia objetiva, puesto que no es palabra de hombre, es Palabra de Dios. Es Dios mismo quien nos asume como hombres libres y responsables, sus colaboradores en la obra de salvación y ha querido hacer depender también de nosotros la eficacia de esta obra de salvación. La obra de evangelización es sobre todo del Espíritu Santo, pero también depende de nuestra santificación. Y cuántas veces sentimos toda nuestra pobreza, insuficiencia, impotencia delante de la extraordinaria misión que el Señor nos ha confiado. Y si deseamos incendiar el mundo con el fuego del Evangelio, hay un solo modo para hacerlo: debemos estar unidos, sin rivalidades, sin celos, sin divisiones. Este es el deseo del Señor y este debe ser el programa de vida para todos sus discípulos:Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Juan 17,21).

El próximo año la Comunidad celebrará el 25° aniversario de su nacimiento- será nuestro Jubileo – el año de misericordia del Señor. Oramos porque este tiempo favorable de liberación sea para toda la humanidad. Porque en el mundo, en cada nación hay esclavos de cada vicio despreciable, esclavos del miedo, de la duda, esclavos de la depresión. Gente de todas partes que son destinados al fracaso, al pecado, a la falta de moral, encadenados espiritualmente; todo esto es absurdo! Esto es absurdo porque la trompeta del Jubileo ha sonado ya desde hace tiempo! Con la muerte y resurrección de Jesús las personas han sido liberadas, sólo necesitan saberlo. ¡Prediquémoslo! La gente lo ha olvidado, se ha olvidado que Jesús ha nacido. Esta no es la era pre-cristiana. Nosotros no estamos esperando a que Cristo venga a conquistarnos: la guerra ha terminado y nos espera la libertad. Jesús ha abierto el reino de la libertad, y ha hecho sonar la trompeta de la emancipación cuando sobre la cruz ha gritado: “Todo está hecho”.

Otros creen que la nuestra es una era “post-cristiana”, como si la obra de Jesús fuese sólo para épocas pasadas. Lo427290_181510808622376_1535978413_n que no es ciertamente verdadero: Él con su muerte y resurrección, ha abierto para siempre las puertas de las prisiones,  y no sólo por un periodo del pasado. La obra de Jesús no puede ser limitada o destruida. Y es la mayor fuerza redentora que se ha dado hoy sobre la tierra. Nunca más las puertas de las prisiones pueden ser cerradas para los hombres, porque cuando Jesús abre una puerta nadie puede cerrarlas. “Si el Hijo del hombre nos hace libres, ahora sé verdaderamente libre”. No es de extrañar entonces ¿por qué cuántos hombres son esclavos del diablo? A ellos debemos anunciarles que este es el tiempo de la amnistía, el momento favorable, el día de la misericordia, porque nuestro Conquistador ha derribado los muros, el socorro ha arribado, ¡la salvación ha arribado!.

Cuando comprobemos los milagros de sanación, de vida transformada, de pecadores arrepentidos y perdonados, entonces sabremos que esta es la obra, el trabajo: Él es el Ungido, el Señor Jesús. Y éste es el Jesús que debemos anunciar. Jesús no salva si no predicamos que es un Salvador poderoso, Él no sana si no predicamos que Él es quien nos sana.

Por desagracia muchos son culpables de haber “despojado” a nuestro Señor; los hombres lo despojaron ya una vez para crucificarlo; la incredulidad de los hombres, lo despoja una vez más de su potencia. Para muchos Jesús no es el poderoso que sana y salva, y si estos que dudan lo anuncian como un concepto, entonces es “letra muerta”, pero cuando se predica al Señor con el poder del Espíritu Santo, genera potencia y es entonces que Jesús sale de la Biblia para entrar en la vida de todos.

Queridos hermanos y hermanas el mundo está enfermo y Jesús tiene el único remedio: El Evangelio. Nuestro deber es llevar esta potente medicina a los enfermos. Él nos ha encargado: “vayan” y esto no es una sugerencia o un consejo, pero si es una  orden.  Es mejor que obedezcamos, si no queremos perder la más grande alegría que el hombre pueda conocer.

Y por la potencia del Evangelio, nosotros escaparemos del infierno para poblar el cielo. Y esta es nuestra tarea y nuestro gozo. En nuestro servicio de evangelización debemos pedir al Señor su unción para que cada vez que encontremos una oposición diabólica: de verdaderos enemigos suscitados por Satanás, la unción de Dios “rompa el yugo” y aquella unción sea también nuestra protección.

A veces somos rodeados de fuerzas demoniacas, pero también aquellas fuerzas están circundadas por los ángeles de Dios.  Si la gracia viniese a menos, la unción viniese a menos, si desmereciéramos su gracia, aquellas fuerzas diabólicas nos asaltarían como una manada de leones dispuestos a devorarnos. Así que,  queridos hermanos y hermanas en contra nuestra pueden venir enemigos y críticos, gente que quiere endemoniarnos, pero aquellos que tenemos la unción, somos invencibles. La fe hace la diferencia entre una persona y otra persona, y el mundo se encuentra de un lado y del otro de la línea de la fe.

En efecto hay dos tipos de personas: no ricos y pobres, no blancos o negros, no instruidos o ignorantes, no Hebreos o Griegos, no masculinos o femeninos, Dios no hace este tipo de distinciones, Dios sólo ve creyentes y no creyentes. “quien crea será salvado, pero quien no crea será condenado” La fe es el orden nuevo. La incredulidad forma parte de aquello viejo y moribundo.

Queridos hermanos y hermanas, hoy desgraciadamente se multiplican los no creyentes, aumentan los no practicantes, mucha gente no tiene más relación alguna con Dios, mucho menos con la Iglesia. Entonces surgen los mesianismos y sectas religiosas con poca o nada de credibilidad. Con la decadencia de la fe, aumentan las supersticiones en medio de la gente, y negando el culto a Dios, se inventan cultos diabólicos. Estamos llamados a denunciar los ídolos que el hombre plantea en el mundo de hoy: el ídolo dinero, poder, violencia, consumismo, hedonismo, sexo, etc. Estamos mandados a denunciar la opresión, la injusticia, la explotación y la marginación, no en nombre de ninguna fuerza política, pero si en nombre de Jesús único liberador y salvador. Podemos traicionar el propio Bautismo sino promovemos el Reino de Dios que es un reino de amor y de justicia. Muchas veces este anuncio choca con los secularismos, como la indiferencia religiosa y la insignificante práctica de Dios. El eclipse de Dios es el eclipse del hombre.

Pero cuando el hombre tiene la valentía de afrontar las interrogantes más graves de la existencia humana, en particular la pregunta sobre el sentido de la vida, del sufrimiento, del morir, no puede hacer otra cosa que hacer suya la verdad gritada por San Agustín: “Tú nos has hecho para ti, oh Señor, y nuestro corazón está inquieto si no reposa en ti”.

En realidad y aunque a menudo no se reconozca, se hace cada vez más fuerte la necesidad de Dios, el sentido del misterio, el despertar a la búsqueda religiosa, el retorno al sentido de lo sagrado y de  la oración como antídoto a la deshumanización. Aunque el fenómeno del “renacimiento religioso” no está libre de ambigüedades. La proliferación de las sectas, es un testimonio de esta paradoja: son las respuestas equivocadas a demandas legítimas. Estamos buscando en ello un sentido religioso de la vida que quizás no se encuentra en aquello que deberíamos ofrecer a manos abiertas.

Nuestro anuncio debe tener una intención particular para los jóvenes,  que necesitan de puntos de referencia, de certeza, de presencias que les den seguridad. Tantos jóvenes que están haciendo su proyecto de vida en base a tan poco, mientras que en la profundidad de su alma tienen una sed secreta de vida eterna, un deseo profundo de lo infinito.  Esta sed desgraciadamente viene siendo distorsionada por las nuevas religiones y sectas. Y cuando se pierde la fe, se cae en la superstición y gran parte de Europa está amenazada de convertirse en un enorme supermercado de misticismo mágico, y de espiritismo oculto.  Se hace actual las palabras de Juan Pablo II: “Eviten que el pueblo vaya a mendigar el pan que no encuentra en sus pastores”.

Queridos hermanos y hermanas, les recuerdo que la indicación para todos nosotros de parte del Señor es aquella de ir y nos propone como Maestro a Jesús. Y debemos andar con la alegría en el corazón, que deriva de la fe, de haber visto de algún modo al Señor en este mundo y que asciende al cielo para preparar el Reino.

No perdamos el tiempo precioso en tantas cosas inútiles y efímeras porque no tenemos mucho tiempo para anunciar al Señor y quizás cuántas miles y miles de personas mueran hoy sin haber conocido al Señor.

Si nos empeñásemos con celo, con urgencia, con toda la fuerza, aquel número disminuiría y aumentaría el número de salvos. Jesús nos envía a anunciar por las calles el Evangelio a fin de llenar su casa con los invitados para la boda.

Aunque muera! Envíame Señor!  Vamos a zarpar hacia arriba, hacia las cosas de arriba, a las alturas de la santidad, llevando con nosotros una larga cuerda, para el viaje de regreso con cuantas más personas podamos.

Y nuestra esperanza y nuestra alegría es aquella de ver a todos nosotros llegar. Con las palabras de Juan Pablo II también nosotros “hagámonos al mar para la pesca”. ¡Hay un mundo que espera (incluso inconscientemente) de ser evangelizado, que nos espera! ¡Vayamos! Jesús para eso nos ha escogido. ¡Corramos a la meta, hacia la victoria! Ninguno jamás ha tenido oportunidad más grande. Ninguno ha portado jamás una noticia más bella que esta: que Jesús está con nosotros, nos ama, nos salva, nos libera de todo mal y nos hace santos, permaneciendo con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos. Junto a Jesús entonces nos vamos a echar  las redes! Y que nuestro anuncio prepare los corazones de muchos para el retorno del Señor, nosotros no sabemos cuando Él retornará, pero en este nuevo Adviento debe brillar la luz de su Palabra; ella iluminará nuestras noches hasta el retorno de la hermosa estrella de la mañana.

Para todos nosotros que somos enviados a anticipar el Reino, según el proyecto de salvación les digo: pongámonos a trabajar con la fuerza del Espíritu Santo y digamos: “Aquí estamos Señor, envíanos!”

AMÉN.

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