Fiuggi 24-27 Abril 2014
XXVII Congreso Internacional
“Destinados a la Gloria”
Queridos hermanos y hermanas, regocijémonos en el Señor porque no estamos destinados a la muerte, pero sí a la gloria, la cual es la plenitud de la vida propia de los resucitados en el Señor resucitado.
Según San Pablo hay una gran desproporción entre las fatigas y trabajos de la vida terrena con aquella que nos espera, y que día a día se va cumpliendo en nosotros, por la potencia del Espíritu de Jesús Resucitado, siendo glorificados en Él.
Y lo seremos cuando lleguemos a aquella Jerusalén que resplandece de la Gloria de Dios; la Jerusalén nueva es la realización del sueño creativo de Dios. Es una ciudad en la cual nosotros y Él podremos convivir juntos, amar y ser amados por siempre.
La Jerusalén nueva es de verdad nuestra ciudad. Y entonces vale la pena atravesar la orilla de la precariedad, del sufrimiento, de la lucha agotadora contra el mal, para superar todas las adulaciones insidiosas de todas las Babilonias diseminadas a lo largo de la historia, para poder alcanzarla.
Así que, si ese es nuestro objetivo, vale la pena existir. En cualquier condición. No nos queda más que dar gracias a Dios por este proyecto que tiene sobre nosotros. Tendremos toda la eternidad para agradecerle, porque su gloria estará en nosotros para siempre.
¿Pero cómo es posible que el Dios de la Gloria habite dentro de nosotros pecadores? Es un gran misterio. Esto es posible en la persona de Jesús. Él Santo se hizo pecado por nosotros, Él siendo perfecto ha tomado sobre sí mismo, nuestra imperfección.
Él infinitamente glorioso carga con nuestra miseria y nuestra indignidad. Por medio de su encarnación, de su muerte, de su resurrección y de su ascensión, Jesús en nosotros a través del Espíritu Santo que se manifiesta con un “encuentro” y al mismo tiempo con un “choque”. La potencia y la gloria de Dios se encuentran y chocan con nuestra debilidad y con nuestra miseria humana.
Cuando se da este encuentro y este choque entre nosotros y Jesús, el velo de nuestra vida humana se rasga y Jesús se hace presente; esta es la experiencia que hemos tenido el día de la Efusión, cuando nos hemos sentido amados y conocimos de su persona que no veíamos, pero que sentíamos cerca, que nos envolvía con su dulce esperanza.
Pero qué signos tenemos de que Jesús es verdaderamente en nosotros la esperanza de la Gloria. Cuando Jesús está en nosotros, ocurre una explosión de vida! De potencia y de gloria.
Porque Jesús es la plenitud de la vida, de la potencia y de la alegría y es así que Él se manifiesta en nuestra vida. Jesús en nosotros, llevará los signos gloriosos de su victoria. Quien tiene a Jesús dentro de sí es alguien que vence al mundo y triunfa sobre Satanás.
Porque Aquel que está en nosotros es más grande y fuerte que aquel que está en el mundo. ¿Cuáles son las consecuencias de tener a Jesús en nosotros? Quien tiene a Jesús no tiene crisis de identidad o crisis existenciales. Quien tiene a Jesús en él sabe quién es y cuál es el sentido y propósito de su vida.
Él sabe que es hijo de Dios! Sabe que el propósito de su vida es Jesús y de pertenecerle eternamente. Quien tiene a Jesús es más fuerte y resistirá a las influencias de este mundo en su mentalidad.
Otra consecuencia de Jesús en nosotros es la manifestación de su belleza en este mundo. San Estéfano en su martirio manifestó delante del Sanedrín una belleza angélica, una belleza celestial.
Quien tiene a Jesús dentro de sí manifestará una belleza pura, que está en pleno contraste con la belleza del mundo que es sobretodo carnal y sensual. La belleza del mundo es manchada por el pecado del orgullo, de la vanidad y de la lujuria.
Esta belleza es solamente exterior y tiene solo la función de apagar el deseo de apariencia, de placer, de atraer la atención y de satisfacer el deseo de vanidad que es innato a la naturaleza carnal del hombre.
Tal belleza es efímera, pasa pronto, mientras la belleza de Jesús en nosotros es eterna, resplandecerá por siempre y será admirada por todas las criaturas celestiales.
Ahora Jesús permanece en nosotros si nosotros le pertenecemos completamente y eso sobreviene a través de nuestra consagración y santificación continua. Si no perseveramos en una real y profunda santificación nos arriesgamos a perder Su presencia en nosotros. La Escritura nos exhorta a buscar la santificación, sin la cual no lo veremos nunca.
Si Jesús no permanece en nosotros, si no lo reconocemos como nuestro Señor, si nuestra mirada, nuestro corazón no están puestos en él, no llegaremos nunca a la gloria de Dios, Cristo en nosotros es la única esperanza de la gloria. No hay otra esperanza.
¿Pero cuál es el propósito de Jesús en nosotros?
El propósito es aquel de oírlo en el último día que con voz de arcángel y con la trompeta de Dios, descenderá sobre los elegidos de los cuatro rincones de la Tierra.
Él conducirá a toda la humanidad a aquella comunión indisoluble con Dios Padre, cuando toda la vanidad, la maldad de este mundo serán quemados como fuego en el día del juicio. Entonces nosotros reinaremos con Él y exultaremos por siempre el triunfo de Jesús en el Cielo.
Por tanto, queridos hermanos y hermanas, estamos todos destinados a la gloria, por esto es que reflexionamos juntos sobre este misterio, sobre qué cosa es la gloria. En el libro del Éxodo está escrito: “La Nube cubrió entonces la Tienda del Encuentro y la gloria de Yahveh llenó la Morada. Moisés no podía entrar en la Tienda del Encuentro, pues la Nube moraba sobre ella y la gloria de Yahveh llenaba la Morada”. (Ex. 40, 34-35)
Los sacerdotes no podían permanecer en la tienda para realizar su servicio, a causa de la nube, porque la gloria del Señor lo llenaba todo. Por tanto, qué cosa es la gloria?
Cuando nosotros pensamos en la gloria, nos viene a la mente la potencia y la magnificencia de reyes y emperadores o un general que pone las medallas sobre el pecho de alguien por el coraje demostrado en la batalla, quizás una medalla obtenida por méritos civiles o deportivos; un campeón del mundo o una medalla de oro en las olimpiadas (mientras suena el himno nacional). Pero la gloria no consiste en todas estas cosas.
Qué cosa es la gloria? A Veces el Señor nos habla, pero no nos manifiesta su presencia, porque Él puede obrar en nosotros sin manifestarla, pero cuando la manifiesta, esa es la gloria. Por tanto la gloria es la presencia del Señor que se manifiesta.
En la Escritura se lee que el Señor había estado con el pueblo de Israel y había hablado con Moisés.
El Señor había cumplido tantos prodigios para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, pero de manera imprevista su presencia se manifestó y el tabernáculo fue colmado de su gloria. Y ninguno podía resistirlo y menos entrar.
Lo mismo ocurrió con el templo, pero sólo cuando estuvo listo finalmente, el arca fue llevada dentro y la presencia del Señor se manifestó. La gloria por tanto es la tangible presencia del Señor.
En el Art. 7,2 se lee un bello testimonio: “El Dios de la gloria aparece a nuestro padre Abrahán”. Cuando Dios manifestó su presencia a Abrahán, ocurre una cosa que cambiaría el curso de la historia. Abrahán no fue más el mismo; habitaba en la ciudad de Ur de Caldea, se ganaba la vida fabricando ídolos, poseía tantos bienes todo esto se vuelven cosas irrelevantes. Porque la gloria del Señor se le había aparecido. Dios se había manifestado a él.
También Moisés vivió una experiencia gloriosa de Dios, cuando el Señor le habló de una manera indecible que Moisés debió cubrirse los ojos con un velo porque el pueblo ni siquiera podía mirarlo a la cara, su rostro irradiaba un esplendor extraordinario.
Moisés había visto un milagro después de otro: Había visto las 10 plagas sobre Egipto. Había visto al Señor dividir en dos el agua del Mar Rojo. Durante todo el viaje había visto delante del pueblo entero una columna de nubes durante el día y una columna de fuego durante la noche. Había visto caer el maná.
Por lo tanto, Moisés había visto las grandes obras de Dios, pero este conocimiento que Moisés tenía de Dios no le bastaba. Los prodigios del Señor le habían hecho tener mayor hambre de su presencia, tanto que llegó a decirle: “Te ruego, hazme ver tu gloria”.
De cualquier modo, Moisés había visto ya la gloria de Dios, cuando Su voz como una trompeta, resonaba y hacía temblar el terreno con tal potencia que los israelitas se lanzaban rostro al piso presos del terror.
Y cuando había visto la zarza arder y no consumirse y el encargo de Dios de escribir los 10 mandamientos sobre una tabla de piedra. Moisés sin embargo, tenía la sensación que faltaba algo más, por eso le pide “hazme ver tu gloria”.
La gloria de Dios no es una manifestación física de cualquier tipo. No es una sensación estática que se apodera de alguien.
No es un aura sobrenatural o una luz angelical que aparece improvisadamente. En pocas palabras, la gloria de Dios es una revelación de Su naturaleza y de sus atributos. El Señor mismo define su gloria de esta manera en la escritura.
Por eso cuando oramos debemos siempre decir:”Padre muéstranos tu gloria”, porque en realidad estamos pidiendo: “Padre revélame quién eres”. Y El Señor nos dará una revelación de Su gloria, es una revelación de cómo Él desee ser conocido por nosotros.
La experiencia de Moisés con la gloria de Dios demuestra esta verdad. El Señor envió a Moisés a liberar Israel sin darle una revelación completa de quien era el Dios de Israel. El Señor le dice simplemente: “ve, y di que “YO SOY” te ha mandado”. Pero no le dio ninguna explicación de quien fuese este “Yo soy”.
Si piensa que esto podría haber sido el motivo por el cual Moisés gritó: ¡“Hazme ver tu gloria”! (Ge. 33,18). Moisés era consumido por el hambre y la sed de conocer quién era este Io Soy y cuál sería su naturaleza, su carácter.
Y el Señor responde a la oración de Moisés, diciéndole primero que se oculte en la cavidad de una roca. Mientras Moisés esperaba la manifestación de la Gloria de Dios, imaginándola como fenómenos naturales como: truenos, relámpagos, terremotos; la gloria de Dios viene a él con una simple revelación:
El Señor pasó delante de él proclamando: El Señor, El Señor Dios, misericordioso y piadoso, lento a la ira, rico en mor y fidelidad, que conserva su amor por miles de generaciones, que perdona la culpa, la trasgresión y el pecado” (Ge. 34,6-7)
Ahora, Dios revela su potencia y su gloria con un propósito preciso. ¿Cuál?
Ciertamente no fue dar a Moisés un momento de éxtasis.
Y ni siquiera hace con él un pacto, del que hubiese podido hablar con sus hijos y nietos. No, Dios permite a Moisés ver su gloria de modo que pueda ser transformado interiormente.
Y lo mismo vale para nosotros hoy. Dios nos revela su gloria para que viéndola, podamos cambiar y transformarnos a su imagen y semejanza.
Jesús es la imagen perfecta de Dios. Cuando la Palabra de Dios (Jesús) se hace carne, revela plenamente la piedad divina, la gracia, la bondad y el perdón del Padre. Dios Padre ha adjuntado toda su naturaleza y sus caracteres en Jesús. ¡Nosotros hemos necesitado de una revelación de Su gloria para ser transformados a la imagen de Jesús!
El apóstol Pablo comprende bien el propósito y el efecto de ver la gloria de Dios. La ve como una potencia que te cambia ; revoluciona y transforma la vida cada siervo del Señor.
“Y nosotros a ojos abiertos, reflejando como un espejo la gloria del Señor, venimos transformados en aquella misma imagen, de gloria en gloria, según la acción del Espíritu del Señor”. (2 Cor. 3,18)
Pablo nos dice: una vez que tenemos esta revelación de la gloria de Dios, de su piedad, bondad, lentitud a la ira y rapidez al perdonar, el Espíritu Santo abrirá continuamente nuestros ojos a otros aspectos de su naturaleza y de su carácter. Tendremos una revelación siempre creciente de Dios, del modo que Él quiere ser conocido por nosotros.
Dejemos que esta revelación de la gloria de Dios nos haga más arraigados en Él.
Continuemos buscándola y seremos cambiados, y continuaremos cambiando de gloria en gloria. De hecho el primer y principal efecto de la gloria es un cambio en nuestra relación con el Señor.
Cuando Moisés ve esta revelación de la Gloria de Dios, que Él es bueno, amoroso, afectuoso, lleno de gracia y de perdón, enseguida se postró y le adoró.
Moisés fue sorprendido por esta revelación ¡tanto que sale corriendo de su escondite y se lanza a tierra a adorarle! Es importante notar que esta es la primera referencia que encontramos de que Moisés lo adore.
Antes de esta revelación de la gloria de Dios, Moisés ora e intercede, llora y suplica a Dios por Israel, hablándole cara a cara. Lo escuchamos cantar las alabanzas al Señor después de la victoria del Mar Rojo.
Lo escuchamos invocar al Señor en las aguas amargas de Mara. Y escuchamos su grito desesperado a Dios en Refidim, cuando el pueblo estaba a punto de lapidarlo por no haberle provisto de agua. Pero esta es la primera vez que leemos en la Palabra: “Moisés le adoró”.
Esto nos dice que en la Comunidad, en la Iglesia de hoy, los cristianos, también podemos estar orando diligentemente sin adorar verdaderamente. De hecho, se puede ser gigante en la oración y fuertes intercesores sin ser adoradores de Dios.
Y la adoración queridos hermanos y hermanas no se aprende, es una explosión espontánea, el acto de un corazón sumergido en una revelación de la gloria de Dios y de su increíble amor por nosotros.
La adoración es un signo de gratitud. Ella reconoce que hemos sido destruidos por nuestro pecado desde hace mucho tiempo, tropezando con la indignación de Dios por todos nuestros errores y defectos.
En vez de ello, Dios ha venido a revelarnos esto: “Aún te amo”, “Aún confío en ti”, “Te elijo para dar mucho fruto”…
Queridos hermanos y hermanas, ver la gloria de Dios después te cambia, también el rostro, que se vuelve radiante, luminoso. El rostro de una persona es la expresión exterior de aquello que se tiene en el corazón. (Es como recién recibida la efusión, o en ciertos momentos de la oración, nuestros rostros son “transfigurados”).
Hoy nosotros tenemos algo más glorioso que aquello que tenía Moisés, tenemos al Señor Jesús; escribe San Juan: “Aquello que era desde el principio, aquello que nosotros hemos oído, aquello que hemos visto con nuestros ojos, aquello que contemplamos y que nuestras manos tocaron el verbo de la vida” (1Jn. 1,1)
Aquí Juan está diciendo, “Dios nos ha revelado la plenitud de su gloria en Jesús. Vemos su gloria encarnada en una persona. Y en fe hemos hablado con Él, ¡Incluso le hemos tocado!”
Hoy no sólo vemos la plenitud de la gloria de Dios, sino que ahora habita en nosotros! Su gloria resplandece en nuestros corazones, porque es Dios quien dice: Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo. (2Cor. 4,6)
Aquí Pablo está diciendo: Jesús, Dios hecho carne, representa todo aquello que es Dios. Y dado que sabemos que Dios es bondad, amor, piedad, gracia, y lento a la ira, podemos tener certeza de esto y también de la naturaleza de Jesús. Dado que Jesús vive en nuestros corazones, sabemos que la gloria de Dios no está afuera en el Universo, no es una obra artística. No, la plenitud de su gloria está en nosotros, a través de la presencia de Jesús.
La revelación de la gloria de Dios lleva también un cambio en nuestro diálogo con los demás. Es decir no podemos seguir tratando a los demás, al prójimo como de costumbre. Debemos cambiar completamente. El Señor nos dice: “Si han visto mi gloria, conocen mi naturaleza y mi carácter. Que soy un Dios piadoso, misericordioso, lento a la ira, rápido en perdonar, ahora deseo que anuncien a los demás quién soy”
Moisés ha tenido esta revelación de la gloria de Dios, pero hasta un cierto punto la representó mal al pueblo de Israel. Se vuelve impaciente con el pueblo a causa de su desobediencia y con rabia golpea la roca con su bastón, como para decir: “ustedes son gente de cabeza dura y rebeldes”
Si el Señor nos ha revelado su gloria, su bondad, su gracia y justicia, entonces no estará contento que nosotros la representemos mal a los demás.
Moisés había mal representado aquella gloria a Israel, y como resultado, no obstante de ser uno de los personajes más míticos y devotos del Antiguo Testamento, fue echado fuera de la plenitud de Dios. No le fue permitido entrar en la tierra prometida.
Por tanto todos nosotros que estamos aquí hemos tenido la experiencia de la presencia de Dios, de la manifestación de su gloria, sabemos que significa saborear su amor, su misericordia y su perdón, porque aquella gloria que nos ha cambiado y nos está cambiando, nos está renovando en el corazón y en la mente. Es esto aquello que debemos testimoniar.
Ahora la gloria, es también el lugar del descanso de Dios. “Su residencia será la gloria”
Cuando Israel construye el Tabernáculo lugar santísimo donde estaba el arca, en el momento en el que todo estaba terminado ye n su lugar, la gloria del Señor llena el lugar. El pueblo no pudo entrar a causa de su presencia.
Cuando después de ser terminado el templo y todo estaba en su lugar preciso y fue llevada dentro el arca de la alianza y estuvo ordenado todos los vasos del templo, entonces la gloria del Señor llena el lugar y los sacerdotes y levitas no fueron capaces de ponerse en pié y cumplir su servicio.
Era una “imagen maravillosa”: “Su residencia será la gloria”, el lugar de su reposo.
En el Salmo 132 se lee: ¡Levántate, Señor, y ven a tu reposo, tú y el Arca de tu fuerza! Y ¡Ea, vamos! Bendigan al Señor todos los servidores del Señor, los que sirven en la casa del Señor, en los atrios de la casa de nuestro Dios! Alcen sus manos al Santuario por las noches, y bendigan al Señor. Que el Señor desde Sión te bendiga, el que ha hecho los cielos y la tierra. (Salmo 134)
Cuando el Señor haya encontrado Su hogar, construido y terminado, a continuación, su gloria lo llenará. Esta es la casa de Dios, el lugar donde Él morará para siempre. La gloria de Dios es el hombre vivo y por lo tanto, nosotros somos el templo del Dios viviente. ¡Qué cosa tan extraordinaria es ésta!.
Ahora, no sabemos qué cosa hará el Señor por nosotros en el futuro. Todo lo que sabemos es que Él tiene un proyecto de amor y esto bloqueado por el pecado pero llegará el día que Su casa será completa, su esposa (la Iglesia) será perfecta, la ciudad de Dios llegara, y con esa gloria de Dios, entonces se vertirá en toda la creación y en todo el Universo.
Jesús es el cumplimiento de ambos tipos: del Tabernáculo y del templo. Cuando el Señor Jesús fue resucitado de entre los muertos se convirtió en otra especie de templo, un templo que acababa de ser construido. Ya no es una casa de ladrillos, sino una casa de Dios en el Espíritu.
Así que usted y yo, querido hermano y hermana fuimos creados para ser la casa de Dios, por medio del Espíritu; pero si nos afligimos el Espíritu, si es que queremos hacerlo sin Él, si nos desviamos, entonces todo se convierte en una doctrina. Hemos sido salvados por la gracia de Dios para ser “un templo Santo del Señor.”
Querido hermano y hermana, si usted está en Jesús y yo en Jesús, esto significa que usted y yo estamos relacionados. Bien puede ser que no nos gustemos el uno al otro.
Puede ser que tengamos un carácter diverso o seamos de raza o cultura diversa, podríamos mencionar una infinidad de cosas que nos dividen
Pero este muro de división es habitado por el Señor, esta es la cosa más maravillosa: que tú y yo estemos en el Señor y nos pertenezcamos porque le pertenecemos a él. Y nosotros unidos, juntos formamos aquel templo Santo del Señor; aquel edificio espiritual que es la Comunidad; pequeña parte de la Iglesia entera.
Estamos insertados en un proceso de construcción, se está levantando un templo santo del Señor. Y es en este proceso que iniciamos todos con nuestros problemas, afectarán las elecciones que tomemos con las que se puede construir este templo hasta convertirse en la casa de Dios. Si pudiéramos elegir nosotros, sería más fácil.
Pero no funciona así. Dios escoge personas diversas a nosotros y nos pone juntos. Debemos permanecer juntos y esto es una gracia pero al mismo tiempo es un problema en la vida de la Comunidad.
Algunos hermanos, a veces por no entrar en comunión con los demás salen de la Comunidad o van deambulando en busca de otras espiritualidades, otras comunidades, haciendo “turismo espiritual” y al final no están “enraizados” en alguna parte, porque el problema está en ellos y lo traen con ellos de todos modos.
Algunos dicen que, en esta comunidad ya no se siente al Señor, ya no es como antes. No me siento acogido, comprendido. El problema es siempre usted. Porque el Señor es fiel a sus promesas; está siempre presente y todavía te ama, eres tú que no lo siente sobre todo por las divisiones y los juicios que llevas en el corazón.
Es verdad que preferiríamos ser solitarios: “sólo yo y el Señor y andar a ningun lado” que andar juntos con Él a la Gloria.
No funciona así porque el Señor reúne a los solitarios y excluidos en la misma familia, y sólo entonces, de repente, nos damos cuenta que tenemos hermanos y hermanas que no hemos elegido y que se han vuelto un regalo para nosotros, es por eso la riqueza de la conversión y de los carismas. El Señor los ha elegido y junto con ellos hay que construir un “templo santo”, donde residirá su gloria.
“Juntos, como un solo corazón y una sola alma” estamos llamados a la gloria eterna en Jesús, a pesar de que somos indignos. Dios que sabe nuestra peor parte, conoce nuestras inclinaciones hacia el mal, Dios sabe que somos capaces de pecar, Él sabe todas las cosas, y a pesar de esto, de todos modos nos ha salvado.
Él es el Dios de la gracia. Y el Dios de toda gracia nos ha llamado indignos a su gloria eterna en Jesús que leemos en la Carta a los Romanos: “Por cuanto todos pecaron, y están privados de la gloria de Dios”.
A causa del pecado estamos destituidos de la gloria de Dios, para la que y por lo qué fuimos creados. Nuestra vida no tiene sentido sin la gloria de Dios nos ha pensado y creado para su gloria y para la gloria. Si el pecado nos priva de la gloria de Dios, entonces nuestra vida es basura inútil.
Cuando el hombre cayó en pecado, toda la tierra, el universo entero ha estado sujeto a la vanidad, y si podemos escucharlos, escucharemos que toda la creación está gimiendo, a la espera de la manifestación de la gloria de los hijos de Dios.
Sin embargo, nuestra gloria está en Jesús. Y no hay gloria de Dios fuera de Él. En el infinito amor que Dios tiene para nosotros, nos ha llamado a participar en la gloria de Jesús sólo si pensamos un poco en ello podemos perdernos ante este misterio.
Ahora el Señor Jesús tiene una gloria que es sólo suya, que no podemos compartir, pero también hay una gloria en aquel de quien estamos llamados a participar.
Por eso, Jesús oró al Padre por nosotros, diciendo: “Yo te he glorificado en la tierra; haciendo la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame en tu presencia con la gloria que tuve cerca de ti antes que el mundo fuese … La gloria que me diste, yo se las he dado, para que sean uno como nosotros somos uno … Padre, quiero que los que me has dado, estén conmigo donde yo estoy, para que vean mi gloria … ”
¡Qué pensamiento tan alucinante, y sin embargo, ¿qué es esa gloria que Jesús recibió, que a su vez la entregó a nosotros? Y en nuestra vida según lo revelado cómo se manifiesta ésta gloria?. La gloria que recibió es un acceso continuo al Padre.
La gloria que Jesús nos dio, no es una emoción o un aura. La gloria que hemos recibido es un acceso ininterrumpido a Dios Padre.
Jesús nos ha dado fácil acceso al Padre, abriendo la puerta para nosotros a través de la cruz: “Porque por medio de Jesús tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.” (Efesios 2:18) La palabra “acceso” se entiende como el derecho de entrar. Significa la entrada libre, y ya estamos en frente del trono.
Y tenemos el derecho y el privilegio de hablar con el rey cuando queramos. Podemos enviar cualquier pedido. “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos).
Así que, queridos hermanos y hermanas, somos los que han sido donados a Jesús por el Padre. Así que esta oración del Señor Jesús será ciertamente escuchada, para que participemos de su gloria y nos convirtamos en un vaso purificado que la contiene.
Y así vamos a llevar a término el proyecto para el que fuimos creados y destinados. Es difícil para nosotros comprender lo que todo esto conllevará y lo que vamos a hacer, pero sólo pensar en lo que ya es, es algo extraordinario.
Si el Dios de toda gracia, que nos ha llamado, y si esto es la gloria de Dios en Jesús y sólo en Él, esto demuestra que existe la voluntad inquebrantable en el Señor Jesús para asegurarse de que se llega a esta gloria. Y cuanto más caminamos con el Señor, nos sentimos menos distantes de Él.
Debemos seguir caminando con Él para acercarnos a esa gloria prometida. Y eso lo vale todo. Si ganásemos el mundo entero, el mundo de los negocios: si logramos lo mejor de nuestra profesión, si ganásemos cantidad de dinero que podamos comprar cualquier cosa, no vale la pena hacerlo si tenemos que abandonar la carrera con Jesús, no vale la pena porque estamos destinados para algo increíble: la gloria de Dios
Así de esta manera tenemos que seguir todo esto, no hay otra alternativa.
Tenga en cuenta que no podemos llegar muy lejos en este camino sin encontrar la cruz. Es un viaje difícil a veces, y no hay manera de evitarlo.
Y Jesús nos dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” no hay forma de llegar a la gloria de Dios, sino renunciando a nuestras propias vidas.
Si permanecemos apegados a nuestras cosas materiales, espirituales, nuestros derechos, no vamos a lograr la gloria. La cruz está en el medio del camino que conduce a la gloria. Si tratas de evitarla, si intentas suavizarla, si tratas de subestimarla, tú estás fuera del camino.
Cuando renunciamos a nuestra vida egoísta por el amor del Señor y el Evangelio, nosotros la encontramos. Y entonces se nos da una vida nueva bajo una nueva directiva, una vida como nunca hemos conocido antes. Una vida que no tiene fin, desbordante del amor infinito de Dios
Por lo tanto, en este nuestro camino terreno hacia la gloria, estamos llamados a “mirar a las cosas de arriba” con un corazón lleno de alegría, creyendo que nuestro verdadero hogar está en el cielo, y mientras caminamos, aunque a veces con dificultad, dolor, no debe cesar nuestro canto de alabanza a Dios, para convertirnos nosotros mismos en una alabanza viviente. Caminamos cantando en una calle santa (que es la Comunidad).
En este camino sagrado que estamos llamados a cantar alabanzas al Señor, para celebrar la liturgia de la Jerusalén terrenal, sobre todo en la Misa. Esto tiene como función que nos pusieran en este momento actual, en comunión con la eterna liturgia que se celebra en el santuario celestial, previo a la gloria de Dios y del Cordero. (Apocalipsis 5:12-13)
Existen, pues, dos liturgias, una celestial y otra terrenal, pero una sola liturgia propiedad de nosotros aquí y ahora para unos peregrinos sedientos bajo el peso de “los sufrimientos del tiempo presente” (Rom 8:18),
y Santos ciudadanos del cielo ya «partícipes de la gloria futura” (Rom. 8:18); que somos nosotros a través de los “signos” sacramentales, ahora “cara a cara” en el santuario celestial. (I Corintios 13:12)
Esta visión de la liturgia terrena ya nos hace participar de la liturgia celestial y se expresa bien en aquel Prefacio de la Misa, cuando dice: “Este es el misterio de la salvación, que junto con los ángeles y los santos cantan al unísono el himno de tu gloria.”
Ya que compartimos el mismo sacerdocio de Jesús, por lo tanto, podemos decir que a medida que nos dirigimos como peregrinos (He. 13:14) hacia la patria celestial, ya ahora mismo el Señor resucitado nos hace partícipes de Su eterna liturgia para que nuestro canto de alabanza se una al de los ángeles y los santos formando una sola voz con la esperanza de estar un día con ellos en la liturgia celestial sin fin, en la casa del Padre.
Vivimos así ya y no todavía. El Señor nos ha dado las arras del Espíritu; con un espíritu que ahora nos permite tener un verdadero culto espiritual, un sacrificio vivo de alabanza agradable a Dios (cf. Ef 5:02, Hebreos 9:14)
La alabanza es el punto en que el agradecimiento se convierte en acción de gracias a Dios, por ser Dios; como en las palabras del “Gloria”: “Te damos gracias por tu gran gloria” alabamos al Señor por lo que hace, por sus maravillas, para su creación, por todas las cosas, porque Él es el Señor de todo.
Pero más que eso, podemos simplemente alabarlo por sí mismo y por la calidad de su amor, su sabiduría, su misericordia, su poder. Adoración y alabanza se parecen, pero la alabanza es más activa, más extrovertida; habla en voz alta, grita, canta, baila de alegría. La adoración implica la postración en silencio delante de Dios; la alabanza la voz.
Y del trono salió una voz que decía: “Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, pequeños y grandes.” “Entonces oí como la voz de una gran multitud, como el de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: Aleluya: El Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, reina. ¡Alegrémonos! Nos alegramos! Vamos a darle gloria “(cf. Apocalipsis 19: 5-7)
Muchos salmos son oraciones o himnos de alabanza. La alabanza es frecuente en los libros del A.T. y en el N.T. Se expresa en la lengua materna y en lenguas desconocidas.
El don de lenguas se hace en la oración personal, pero principalmente en la Comunidad, esta expresión se convierte en un coro de alabanza a la gloria de Dios, San Pablo escribe a los Efesios instándolos a estar llenos del Espíritu cantando, y agradeciendo al Señor con todo tu corazón, con salmos, himnos y cánticos espirituales ” (es decir, incluso con cantos en lenguas) cf Ef 5:19.
Aquí está la comunidad, de todos nosotros, es nuestra vocación y nuestra historia de salvación.
La función de la alabanza es para ayudarnos a vivir en presencia de Dios y en comunión entre nosotros. Nos da “acercamos aquella asamblea festiva de los primogénitos de Dios que tienen sus nombres escritos en el cielo.” (Hebreos)
Así que dejemos que el E.S cante en nosotros, cantemos con la unción de todo nuestro ser para proclamar la santidad de Dios, su poder y su gloria.
En el Santo (Misa) proclamamos que los cielos y la tierra están llenos de la gloria de Dios, pero ¿en qué medida lo proclamamos? , ¿cómo lo declaramos? No es un discurso, Al igual que el show? No son sólo palabras, aunque se sientan nuestras voces.
Los cielos y la tierra no tienen una voz, no se puede escuchar su gloria. Es el deber del hombre para revelar lo que está oculto, ser la voz de gloria, cantando su silencio, para expresar, decir lo que está en el corazón de todas las criaturas.
La gloria está aquí, invisible y silenciosa y el hombre es la voz. Su misión es ser el canto. Todo el universo es un conjunto en busca de un cantante. No estamos solos en nuestros himnos de alabanza. Donde hay vida, hay una liturgia silenciosa.
El universo continuamente busca la unidad a través de la adoración y el hombre es el cantante del universo y se le dio el poder de hacer esta oración cósmica.
Cantar es intuir y confirmar que la gloria de Dios que es real y está presente. Cantando percibimos lo que está más allá de toda percepción. La canción no es sólo una manera de expresarse, sino una manera de bajar el cielo sobre la tierra.
Sí, hermanos y hermanas, queremos ser los cantantes de Dios y cuando cantamos movido por el Espíritu creemos que el cielo, el paraíso ya está aquí. El Señor está aquí, con la Virgen María, los ángeles, los santos, nuestros seres queridos, nuestros hermanos y hermanas que nos han precedido en la fe. Y todos juntos queremos proclamar y cantar con una sola voz su inmensa gloria. Amén.